¡Adiós al Malabarista del Balón!



Mario Alfredo Pavéz Bravo

Posición:
Medio ofensivo (Entreala).
Equipos:
Chacarita (Argentina) 1951-1957
América (México) 1957-1961
Atlante (México) 1961-1963

Nació en San Rafael, Mendoza, Argentina, el 1 de enero de 1934. Jugando en los potreros o en las calles de su pueblo se formó como el clásico 10 argentino: habilidoso, creativo y fino. A los 14 años su familia se mudó a Buenos Aires y pudo haber jugado con River Plate, Renato Cesarini los había seleccionado en una prueba pero Duchini, el entrenador de Chacarita, descubrió que era pretendido por los millonarios y lo llevó a registrar con el modesto club. Fue seleccionado juvenil argentino con Scarone. Sívori fue su suplente en esta etapa.

Se distinguió por su clase al jugar. Alguien lo bautizó como "El malabarista del balón". Afecto a la aplicación de caños o túneles. “Los disfrutaba más que los goles, en Argentina si hacías caño eras un Dios”. Lo pretendieron equipos chilenos pero optó por venir al América, propiedad en aquel entonces del empresario refresquero Isaac Besudo.

Hizo mancuerna en el América con Eduardo González Palmer. Sus pases permitieron que Palmer se coronara campeón de goleo en la temporada 1958-1959 con 25 (28 según el goleador) goles.
Nunca fue campeón y se retiró joven, con el Atlante, por una lesión en la rodilla derecha.

Al dejar de jugar abrió restaurantes de comida argentina y según afirman personas de la época, Pavéz fue el pionero de las parrillas argentinas en México. Sus restaurantes se llamaron La Pampa y Peña Blanca.

Entrado el año 2000 se le detectó la penosa enfermedad de Alzheimer. Tuvo cinco hijos, uno de ellos, José Eduardo “El Bicho”, fue jugador profesional, sin embargo lesiones en ambas rodillas lo obligaron a dejar el futbol. Don Mario Pavéz murió el 3 de agosto de 2008, en la ciudad de México.

Sven, ¿El Vikingo?

El apellido Eriksson invoca al legendario vikingo noruego Erik El Rojo, quien, aseguran los historiadores, llegó a América, cientos de años antes que el mismo Colón. Toda su prole heredó el nombre de la leyenda de los mares del norte. No se sabe si Sven-Göran forme parte de esa familia que forjó su historia hace más de mil años y que se diseminó en todos los países que conforman la región. Lo cierto es que el técnico de la selección mexicana nació, en 1948, en un pequeño pueblo de Suecia, llamado Sonne, más cerca de Oslo, capital de Noruega, que de Estocolmo, en Suecia. Por eso, no suena tan descabellado que esta historia tenga algo que ver con los vikingos.
Eriksson vivió muy poco tiempo en Sonne. Sus padres se mudaron a Torsby, ubicado a 35 kilómetros del pueblo natal, y ahí pasó su infancia y juventud. Por eso en las semblanzas se dice que nació en Torsby y no en Sonne, pero el mexicano Pascal Beltrán del Río, director del diario Excélsior, viajó a Suecia en busca de los orígenes del estratega y descubrió el dato biográfico.
El pueblo donde creció Eriksson es de ensueño. Está en la ribera de un hermoso lago, el Fryken. Era un estudiante muy ordenado en una escuela de vanguardia, en donde los niños desarrollan habilidades matemáticas, generando que sus maneras de pensar y afrontar la vida, tengan estructuras que los conduzcan a la exactitud.
Sus padres eran comunes y corrientes. El, chofer, y ella, atendía en una tienda de autoservicio, frente a la estación del ferrocarril. Fue el señor Eriksson (también de nombre Sven) quien fomentó la práctica del futbol en el joven Svennis, de quien dicen era mejor esquiador en la rampa de sesenta metros que defensa en el balompié.
Sven-Göran Eriksson es el hijo pródigo de Torsby. Cuando vuelve a Suecia, casi siempre en el verano, deja el glamour a un lado. Se refugia en una casa de campo, ubicada en medio del camino que une a su pueblo natal y su pueblo adoptivo, en donde, dicen, aun viven sus padres y su hermano menor.
Lo quieren tanto en su tierra que cada mes de agosto, 150 equipos conformados por niños menores de 14 años disputan la “Svennis Cup”. Torneo del que por cierto, se han descubierto talentos potenciales.
De ahí viene el sueco que buscará su destino en México. Volviendo a las leyendas, el segundo hijo de Eric El Rojo, Leif Eriksson, El afortunado, fundó el primer asentamiento europeo en el desconocido continente, pero lo tuvo que abandonar en poco tiempo, por la hostilidad mostrada por los nativos.

El monstruo de cemento

No había tiempo que perder. Puebla necesitaba un gran estadio de futbol para poder ser anfitrión del mundo en los Juegos Olímpicos de 1968 y en el Mundial de futbol de 1970. No hubo convocatorias a los distinguidos arquitectos de la época y se sacrificó la originalidad de los proyectos porque quedaban muy pocos meses para levantar un coloso de cemento capaz de alojar a 35 mil aficionados. En la ciudad de México se había construido el monumento al futbol más grande del país: el estadio Azteca.
Don Pedro Ramírez Vázquez fue quien lo concibió y trazó las líneas que le dieron vida. Y es precisamente de los planos del Coloso de Santa Úrsula de donde se retoma la idea para levantar el estadio Cuauhtémoc.
El primer piso del Azteca tiene el mismo diseño que el Cuauhtémoc. La misma capacidad, la misma zona de palcos y plateas y por supuesto el mismo plan de financiamiento que plantea la venta de sus palcos y plateas.
El profesor Pedro Ángel Palou, que en aquella época era delegado de la FIFA y de la Federación Mexicana de Futbol recuerda el momento. “Se suponía que era un estadio muy grande para la ciudad de Puebla. Se decía que cómo era posible tener un estadio para un equipo de segunda división”.
Remontémonos al año de 1967. La ciudad de Puebla apenas rebasaba el medio millón de habitantes y contaba con 28 kilómetros cuadrados de superficie a 2150 metros sobre el nivel del mar. Tres años antes el Puebla FC había regresado a la actividad pero en la segunda división del futbol mexicano. El soccer se jugaba en los llanos y en el estadio olímpico Ignacio Zaragoza, justo en las faldas del cerro de Loreto, lugar en donde un siglo atrás se escenificara la gloriosa batalla del cinco de mayo y otras más en contra del ejército francés.
Cuando el gobierno anunció la intención de levantar un estadio para tantos miles de personas las críticas no esperaron. Se decía que era muy grande. El 7 por ciento de los habitantes de la ciudad de Puebla cabían sentados cómodamente en el graderío. Además era una sede demasiado ostentosa como para albergar a un equipo de segunda división. Sin embargo, el reto estaba puesto.
Junto a las airadas críticas se atravesó una terrible bancarrota de la compañía de los Sánchez Armas, concesionada para levantar el inmueble. Tuvo que intervenir el gobierno estatal al mando del ingeniero Aarón Merino Fernández quien no descansó hasta que se consumó la obra que inició en el mes de julio de aquel 1967.
Financiar el proyecto fue hacer una especie de plebiscito entre los poblanos. Se pusieron a la venta 150 palcos y tres mil plateas. Además el nombre tiene mucho que ver en la obtención de los recursos faltantes para los trabajos de construcción. Como ahora, en los años sesenta las cervecerías mexicanas más grandes se disputaban el territorio nacional. Una de estas apostó al nuevo escenario futbolero y como muestra de gratitud, o más bien de estrategia comercial, el coloso fue bautizado con el nombre de la empresa y la concesión para la venta de sus productos quedó como exclusiva.
Para comienzos de1968, ir a ver los avances del estadio Cuauhtémoc era un paseo obligado de los habitantes de la ciudad y era un alto en el camino para los viajeros de la autopista que conectaba a Puebla con el DF y Orizaba, Veracruz.
Al iniciar el mes de septiembre, un mes antes de la inauguración, se habían vendido 60 palcos y 537 plateas.
Una crónica publicada el día 5 en La Voz de Puebla decía que “las graderías lucen en todo su esplendor, simétricas y bien terminadas, rematadas en lo alto por los palcos que coronan la construcción…en el fondo, el verde césped rompe con acentuado tono de vitalidad la severidad del ‘monstruo de cemento’…”
Un mundo de gente comenzó a visitar al Cuauhtémoc a pesar de no abrir oficialmente sus puertas. Venían de la FIFA, del comité organizador de los Juegos Olímpicos. Grupos de periodistas se organizaban para dar testimonio del novel escenario.
Don Ángel Fernández, el cronista del juego del hombre, quedó deslumbrado con la sala de medicina. “Es fabulosa” comentó.
El 25 de septiembre el Puebla FC (2ª división) y el Universidad (3ª división) conocieron lo que sería su nueva casa. Dos días más tarde, Sir Stanley Rouss, presidente de la FIFA, daba el visto bueno al estadio. Los jugadores de la selección olímpica francesa quedaron impactados con la moderna tina de masajes de vapor instalada en los vestidores.
El campo era una alfombra perfecta montada sobre una de las obras de ingeniería más sofisticadas para la época. El drenaje de la cancha constaba de tres bombas con capacidad para succionar 240 metros cúbicos de agua por segundo, suficientes para que en cuatro minutos quedara disponible para jugar.
En lo alto del estadio se montaron tres torres con 80 reflectores cada uno y 1200 luces alrededor, sin contar los focos de los palcos o de otras zonas de servicio. El estacionamiento fue planeado para 3 mil automóviles.
Como día de la inauguración se había escogido el 6 de octubre al medio día. Se tenían programados dos encuentros. Puebla FC contra el América en el preliminar y la selección de México se presentaría como plato fuerte en un encuentro ante un equipo por definir.
Se había invitado en primera instancia a la selección de Bulgaria pero la respuesta fue negativa. Quedaba una semana y no había rival. Se pensó en el Veracruz de primera división pero al final de cuentas fue la selección olímpica de Checoslovaquia quien aceptó la distinción a pesar de que en esos días los tanques rusos se habían apoderado de su capital Praga.
El 1 de octubre los boletos se pusieron a la venta en las instalaciones de XEHR de la calle de Reforma 125, en el Hotel San Miguel de la 3 poniente, en el número 218 de la calle 3 oriente, también en Deportes Carranza de la 4 norte y exclusivamente la venta de palcos se realizaba en la 5 norte número 7 despacho 101.
Los asientos de palco y platea costaban 40 pesos, 25 los de preferente y 10 en general. Para los que llevaran vehículo se informó que se cobrarían 3 pesos.
Por su parte, el Departamento de Tránsito Local estableció que la dejada del zócalo al estadio sería de 6 pesos.
Llegó el día esperado. Las noticias nacionales comentaban a la ligera los disturbios del 2 de octubre en Tlatelolco. En los deportes, Pedro Rodríguez había triunfado en las 24 horas de Lemans. El mundo seguía consternado por la ocupación rusa en Checoslovaquia y en la estratosfera el Apolo 7 cumplía con su misión. La cartelera cinematográfica estaba encabezada por el gran éxito de Cantinflas, “Por mis pistolas”.
Aquel domingo, el público -que comenzó a llegar desde las siete de la mañana- vibró ante un lleno impresionante. Puebla FC había perdido 7 a 1 con América y la selección de México había empatado a uno con los checos. Sin embargo la pasión fue dedicada al futbol y por supuesto a su nuevo monumento: el estadio Cuauhtémoc.

¡No se vaya al América!, ¡no se vaya al América!

Rául Cárdenas de la Vega relata, en primera persona, una de sus anécdotas más sentidas.

Y ganamos el tricampeonato y a ver ¿desde cuando no se gana un tricampeonato?
Nada más que como todo, viene algún tiempo en el que algo no te sale bien y más de entrenador y vas para afuera. Entonces salí y me fui al América.
El América era el equipo que Don Guillermo Álvarez no podía ver. Don Guillermo no podía ver al América y salió en el periódico que yo estaba en tratos con el América. Y me habló por teléfono, y, habiendo salido enojados, porque me corrió muy feo de Cruz Azul, me dijo.
- No, pues, le hablé, además de saludarlo, leí aquí en el periódico que va usted al América.
- Sí, le digo, hemos hablado.
- Y me dijo: ¡no se vaya al América!, ¡no se vaya al América!, ¡no se vaya al América!. Raúl, que aquí que allá, que el América, que esto. Usted siempre va a tener las puertas abiertas de Cruz Azul, si no se va al América. Cuando sea, usted tiene las puertas abiertas pero no se vaya al América.
- Bueno, le dije, voy a ver a que otro equipo de los que me están pretendiendo.
-Sí, está bien, que esto que el otro.
Pero en otro equipo como que no. Me pagaban mucho mejor en el América y luego era en México y no tenía que irme a la provincia y cosas así, total, firmé con el América. Llegué y acabé firmando con el América con Guillermo Cañedo, llegamos juntos Cañedo y yo.
Y le hablé a Don Guillermo y ya le dije.
- Acabo de firmar Don Guillermo.
- ¡Ah! que bueno, dice, ¿con quién?
Has de cuenta Toluca, no me acuerdo de otro equipo.
- Toluca ¿no?
- No Don Guillermo.
- ¿Ah!, ¿entonces con cuál otro?
- Con el América.
- ¿Ja!, no me estés guaseando (bromeando), que no se que.
- No, no, no es guasa. No le estoy diciendo mentiras. Acabo de firmar con el América.
- No le dije que no firmara con el América…
Y me echó una retahíla y se acabó enojando y me dijo.
- No vuelva a hablarme y no vuelva a pararse por aquí porque nunca será bienvenido…
Y me colgó.
Tuve también yo parte de la culpa, porque vino el primer choque América contra Cruz Azul y les ganamos cuatro a uno. América cuatro, Cruz Azul uno. Y sabía donde estaba el palco de Don Guillermo y cuando íbamos cuatro a uno ya para acabar el partido todavía lo vi ahí, me paré de la banca y le empecé a hacer así (señas con los dedos, cuatro con la mano izquierda y uno con la derecha). ¿Quiúbole!, cuatro a uno, yo soy el uno. Me di la vuelta y dicen que dijo…, peor con esto, también yo que voy a hacerla de payaso. Dijo horrores y un ingeniero con el que me llevaba muy bien me dijo luego: no, tú aquí estás vetado totalmente, con esto que hiciste ya, eso fue el botonazo, nunca más vas a caer por acá ni nada de nada. Hiciste mal en todo eso. ¿Cómo hiciste eso?
Pues sí, tonterías. Nunca más pude ver a Don Guillermo, ni con sus hijos porque Don Guillermo le dijo a sus hijos que no me recibieran en Cruz Azul.
Yo soy el que en la historia del futbol tiene más títulos ganados, tengo 17 títulos. Trelles me lleva uno de liga, el tiene siete y yo seis. Todos los demás de Concacaf, de Copa, de Campeón de campeones. Fui campeón de América, precisamente con el América, fui campeón del continente americano le ganamos a Boca.
En el futbol si no ganas estás para que te echen fuera, igual sales campeón un año y al otro andas mal, igual te corren. Como que todos los años tienes que hacer algo, cuando menos llegar a las finales o cosas así pero fallas y ahí va para afuera el entrenador.

El día que vencimos al Santos de Pelé

El arquero Jorge Morelos y los jugadores de campo, Alberto "Pato" Baeza", Reinaldo Iacomini y Tomás "Fú" Reinoso, relatan el partido en el que el Necaxa venció al mejor equipo del mundo de 1962: el Santos de Brasil y su estrella Pelé.

El hombre 11

En una maleta vieja, Marcos Rivas guarda sus recuerdos. En especial, aquel que documenta la hazaña del hombre 11.
Un instante que el “Mugrosito” del Atlante ni siquiera soñó. Si de niño jugó al futbol, sólo fue para divertirse, aunque, con el tiempo, el llamado del balón fue irresistible.

Inclusive, yo fui chofer de una línea que se llamaba Villa-Colones, de por aquí, de la colonia Nueva Tenochtitlán – platica el propio Marcos- y los mismos muchachos me decían: “vete a probar a un equipo, tu puedes, tienes muchas cualidades”, y dije, pues, lo voy a intentar y fui muy persistente.

Tanta fue su persistencia que llegó a ser profesional en 1968 con el equipo de sus amores, el Atlante. Como casi todos los jugadores de su tiempo, fue bautizado con el singular apodo de “El Mugrosito”. Esta es la anécdota.

Me decían “El mugrosito”, se lo debo a Mario Pérez Guadarrama, “El Pichojos”. En el Centro de Capacitación había una alberca y nos metimos a nadar. Nos tiramos al agua y, por desgracia, en la tarde llovió y estaba ahí concentrada la selección y Mario se aventó el chascarrillo: “mira a los mugrosos del Atlante como dejaron la alberca”, le dijo a Ángel Fernández, “sí, fue el mugroso de Marcos” y de ahí fue el apodo que me puso a través de Mario, Ángel Fernández.

Marcos Rivas, “El mugrosito”, fue un jugador muy versátil, aunque la media cancha era su predilecta. “Tenia mucho fuelle, tenia mucha resistencia, era muy rapido”, asegura el atlantista. Sin embargo, el destino le tenia guardada una misión que nadie ha logrado en el mundo: jugar todas y cada una de las posiciones del futbol.

Por ahí dice Desachy, mi compadre, que como no me encontraban puesto me ponían en cualquier posición, asegura con un poco de modestia y mucha picardía.

Y así empezó a recorrer el campo, supliendo a su gran amigo Manolete Hernández.

Empiezo como extremo por Manolete. Posteriormente, juego por Ernesto Cisneros, de centro delantero. Después, por Norberto Boggie. Sigo de lateral, por Sergio Negroe. Continúo de central, por Perico González, y luego por Gisleno Medina. Después, juego de lateral izquierdo, por Cremonini y así me voy paso por paso, puntualiza.

Durante cinco años, de 1968 a 1973, fue cambiando el número de sus dorsales, del 1 al 11, como lo marcaba el reglamento.

Y así me voy, uno por uno, y en 1973 cumplí el requisito de haber jugado las once posiciones, jugando contra Pumas, en Ciudad Universitaria. Expulsaron a Rafael Puente, ya no había cambios, se habían hecho los dos cambios y le pido el suéter a mi compadre Armando Franco (arquero suplente). Me pongo de portero y por fortuna, hasta le detengo un penal a Leonardo Cuellar en ese partido.

Cuenta Marcos que Rafa puente pasó largos ratos enseñandole los secretos de la defensa del marco, pero cada una de las once posiciones que jugó le sacuden la memoria.

En el primer partido que juego de lateral anoto un gol. Y posteriormente, jugando el otro puesto de central, me costó mucho trabajo, fue dificilísimo. Jugando de medio de contención, recuperaba muchas pelotas. Y cuando jugué de extremo, por Norberto Boggio en Zacatepec, recuerdo que le hice dos goles a Raúl Orvañanos. Y si llegué a hacer varios goles pero no, la verdad, como centro delantero no la hacía.
La verdad, no pensé nunca en las once posiciones, hasta que se fue dando, paulatinamente, la situación. Cuando se llega a hacer la culminación, yo me sentí muy eufórico y, me quedé pensando, que a lo mejor, en el mundo no había una persona que hubiera jugado las once posiciones, creo que hasta ahorita, no se ha dado.


Marcos Rivas, el hombre equipo, formó parte de la selección mexicana del mundial México 70. Salió de Atlante para jugar con América, en donde no le fue nada bien, a pesar de la buena oferta económica. Formó parte de los legendarios Leones Negros de la Universidad de Guadalajara y de los Esmeraldas de León.

El mugrosito fue de aquellos que vivió cada momento de su carrera. Jugó de primera intención.

“La oportunidad, a veces se presenta una vez en la vida y hay que aprovecharla”, dice el único Hombre Once del mundo.

La Copa del Centenario

Por primera vez en la historia del futbol mexicano se llevó a cabo un torneo de carácter nacional. Fue en 1921 y formó parte de las magnas celebraciones del primer Centenario de la Consumación de la Independencia de México.

Del 7 de agosto al 25 de septiembre de aquel año equipos del Distrito Federal, de Jalisco, de Hidalgo y de Veracruz se dieron cita en la capital de la república para disputar la Copa del Centenario, en el campo de Real Club España del Paseo de la Reforma. Fue una competencia sin precedentes en una época donde el España no tenía rival y aplastaba a sus contrincantes.

Por órdenes del presidente Álvaro Obregón, dos cronistas deportivos encabezaron el comité organizador del Torneo del Centenario. Adolfo Frías Beltrán, mejor conocido como Mister Kick y Antonio Urías, cuyo sobrenombre era Kanta Klaro.

Entonces, para los primeros días de agosto de 1921 los equipos estaban listos. España, Asturias, América, México, Amicale Francaise, Reforma, Germania, un equipo llenero llamado Morelos y Luz y Fuerza, que sería la base del Necaxa, representaban a la capital del país. Pachuca vino de Hidalgo. Guadalajara y Atlas llegaron de la perla de occidente. Mientras que los veracruzanos hicieron acto de presencia enviando al Iberia de Córdoba, a la Asociación Deportiva Orizabeña, el famoso ADO; y al Veracruz, formado por jugadores del España y el Sporting del puerto jarocho.

Quince equipos disputaron este primer campeonato de carácter nacional que se jugó a eliminación directa y que inició el 7 de agosto de 1921 con el enfrentamiento entre el América y el Asturias, los dos equipos que poco tiempo después despojarían al poderoso España de su jerarquía.

El Torneo del Centenario tuvo una organización aceptable aunque quedó marcado por la polémica ocasionada de las decisiones arbitrales. El arranque y el final del torneo se vieron envueltos por el escándalo. América y Asturias, quienes inauguraron la competencia, tuvieron que disputar tres veces el encuentro puesto que los capitanes de ambas escuadras reclamaban situaciones ajenas a la mera acción. Al final, los asturianos dejaron fuera al América tras derrotarlos dos a cero.

Para el partido final disputado el 25 de septiembre, a las once con veintitrés minutos de la mañana, paradójicamente dos equipos de origen español disputaban la copa que celebraba la Consumación de la Independencia de México. El Asturias y el España se jugaron el campeonato. La primera mitad terminó empatada y a los 20 minutos del segundo tiempo, con la marcación de un penalti a favor del España se inició la bronca.
Tras anotar la pena máxima, los jugadores asturianos abandonaron el campo reclamando la decisión de mister Moore, árbitro central del partido, quien puso en juego el balón nuevamente. El España anotó el segundo sin encontrar a un solo rival en el camino. El Asturias no volvió y el público reclamó airadamente gritando mueran los gachupines.

El torneo del Centenario de la Consumación de la Independencia de México posiblemente fue un factor importante para que las diferentes ligas confrontadas por aquellos años unieran sus intereses y a partir de entonces los equipos de cada región de país compitieran y desearan convertirse en el gran campeón del futbol mexicano.

La Fórmula del Éxito

Raúl Cárdenas de la Vega, leyenda del futbol mexicano, nos revela su fórmula del éxito.

El Gigante de Ébano

Su majestad el futbol, ahí se concentra todo lo que es futbol. Hay público, hay campo, hay balón. Me considero un hombre afortunado. Afortunado porque, en primer lugar, no nací eligiendo lo que iba a hacer, pero a través de los años, en la infancia y en la juventud, sí elegí lo que me gustaba hacer que fue el futbol.
Mi nombre completo es Francisco Walter Ormeño Arango. Nací en Perú. Debuté en primera división sin saber cómo, ni porqué. Mi primer equipo, el que para mi sigue siendo de extraordinaria trascendencia, hasta hoy, es Universitario de Deportes donde debuté en primera división. Jugué cuatro años y fuimos campeones. Fui tentado para ir a jugar a Colombia en el año 1950. Jugué en el equipo Huracán de Medellín y de ahí regresé a Perú a jugar al club Mariscal Sucre. Y jugué con Boca Juniors cuatro años y el último año lo jugué en Rosario Central.

Yo siempre ansié ir a Argentina, llegué ahí, me sentí muy cómodo y es un país al que llegué joven, aprendí a ser profesional y maduré como persona y como hombre. Y después de eso, al terminar la temporada, me llegó una oferta desde Perú para regresar a jugar a la Alianza de Lima, después de cinco años de ausencia.

Un arquero es ni más ni menos que un acróbata. Tiene que tener trabajados todos los músculos de su cuerpo. Las manos, también las trabajé mucho pero de todas formas había que saber tomar la pelota. Yo no nací sabiendo, lo aprendí con los años.

Me sugirieron que viajara a México, llevo más de 45 años en este país y la verdad no he pensado nunca en abandonarlo. Yo venía sin contrato, sin conocer a nadie. Sin conocer el medio, siquiera. Me arreglé con el América y comencé a jugar. Hay un detalle pintoresco, mi contrato lo firmé en la salpicadera del auto de Fernando Marcos, entrenador del equipo, que fue quien trajo el contrato. Ángel Fernández me bautizó como el gigante de ébano.

Jugué tres meses para el equipo Zacatepec porque terminaba el campeonato, terminó el campeonato y vino un pentagonal y el Atlante me pidió de refuerzo para el pentagonal. Jugamos el pentagonal, nos fue muy bien y después de ese torneo el general me ofreció contrato. En Morelia jugué toda una temporada.

Yo nunca anuncié mi retiro, de un día a otro pasé de jugador a entrenador y ahí comencé a trabajar con el Atlante. Después de Atlante, fue Cruz Azul, Pumas y América. Y después Chivas, en 1973 y los salvé del descenso. Y después del Guadalajara trabajé con el Atlético Español, por primera vez. Hicimos una muy bonita campaña, tengo muy gratos recuerdos al grado tal que una vez al año se hace una comida con los directivos y jugadores de esa época.

Y me fui al León, trabajé en León pero no duré mucho tiempo, fueron alrededor de seis meses cuando mucho. Después de eso regresé otra vez a Atlético Español, pero cuando ya era Necaxa. Y trabajé con Necaxa. Trabajé cinco veces con Comunicaciones de Guatemala, de las cuales cinco veces fueron campeonatos y un subcampeonato. He trabajado también en Costa Rica, en el Saprissa.

En la India, y fui a trabajar allá en Goha, una zona balnearia bonita, y manejé a un equipo milenario que existe allá, el Dempo, y lo hice campeón. Y de ahí para acá he salido como muchas veces. Ya tengo algunos años de no dirigir aquí en México.

A últimas fechas se habla mucho de entrenadores viejos y entrenadores jóvenes y yo sostengo viejo es lo descartable, lo que ya no funciona lo que no tiene capacidad de desplazamiento ni razonamiento, eso es un viejo, un anciano, pero maduro es la circunstancia que yo vivo, si no trabajo es como si no existiera. Para mi, desde luego, no por trabajar gratis, es mas trascendente para mi tener trabajo que cobrar sumas de dinero.

Mi trabajo es futbol, mi hobbie es futbol, mi afición es futbol, mi profesión es futbol.