Viaje al mismo destino


Faltan unas horas para el México-Argentina y no se cuál de los barcos tomar. Hay varias opciones. El navío del pesimismo. El carguero de las esperanzas. El vapor de las ilusiones. El velero del patrioterismo. La nave de las desgracias justificadas. El paquebote de los rezos. La panga de las aventuras. La carabela de los sarcasmos. El destructor de los pronósticos. El submarino del oportunismo. El crucero del silencio expectante. El trasatlántico del eterno regreso a casa.

El puerto mexicano está abarrotado de viajeros quienes, de alguna u otra manera, llegaremos al mismo destino sin importar que buque hayamos abordado. En estos momentos si uno voltea al cielo para pronosticar el clima se topa con el sol y los tonos albicelestes. Es la bandera argentina en la inmensidad, desplegada a lo largo de nuestro curso. Los tangos hoy taladran los oídos. Los cortes asados generan gastritis. Las barbas del D10S invitan al ateísmo. Y pronunciar el nombre de Messi es como invocar a la bestia.

Casi todos los directores técnicos con los que trabajo dicen que no ven por dónde se le pueda ganar a Argentina. Sólo queda la esperanza pero no quiero comprar ese boleto. Me rehúso. Me gustaría saber que se han encontrado las formas exactas para vencer al rival en turno. Que se ha evolucionado. Que la historia ha dejado enormes enseñanzas en las derrotas. Porque sólo así se pueden continuar procesos sin aferrarse a los melosos y escasos días de gloria. Mucho me temo que tal vez me tire al agua y viaje nadando en un mar lleno de navíos cargados de sentimientos.

Es sábado en la ciudad de México. Soplan vientos ligeros y en el horizonte están las nubes y el cielo, que no siempre son albiceletes.

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