La brevedad de un hombre en la cancha

El rasurado de cabeza es un símbolo personalísimo. Desde la Edad de Piedra, el hombre se empezó a afeitar cuando descubrió que podía decorar su cuerpo de la misma forma que lo hacía en las paredes de las cuevas. Es un acto, a final de cuentas, que transmite un mensaje, una forma de ser.

El rasurarse la cabeza para algunos significa liberación. Otros lo ven como una forma de disconformidad con lo establecido socialmente. Antes de optar por el rape, Bautista ya era el Bofo, una deformación infantil suya del nombre Adolfo. Es un hombre extraño, un futbolista incomprendido que quiere decorar su propia cueva.

Hace unos meses fue enviado a Sudamérica para tomar una terapia Gestalt, con el fin de ponderar la transmisión de una actitud y una forma de estar en la vida. Una vida larga en el futbol. Con doce años en primera división, más de 350 partidos, enrolado con cinco equipos, dos campeonatos de liga, y una cuestionada participación en copa del Mundo.

Fue odiado y temido en Argentina. Le escupieron el rostro por frustración en una semifinal de Libertadores contra Boca. Resolvió jugadas con esa magia que contrasta con su andar. En México ha sido la bujía de escuadras espectaculares. Pero algo le sucede en momentos críticos a este jugador que se autodefine como diferente.

Dice su entrenador, el Güero Real, que "si le das diez pelotas seguramente te dará al menos un pase de gol, pero si sólo se la pasas tres o cuatro veces en un partido, entonces no puede rendir al máximo". El asunto es que los genios incomprendidos son reconocidos a destiempo. Y en el futbol lo que está de antemano negociado es eso, la brevedad de la estancia de un hombre en la cancha.

Adolfo Bautista será recordado por siempre, el asunto es cómo serán interpretadas sus formas encriptadas y de qué forma corresponderán a lo que él mismo nos quiso decir.

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