El caballero eterno


¿Quién custodia la entrada de Wembley? Esa escultura en bronce con sus seis metros de altura debe simbolizar algo muy profundo. Es inspiracional. Evoca a un futbolista inmaculado. Un grandioso defensor. Un héroe inmortal. El primer inglés en levantar la Copa del Mundo. El hijo predilecto del este de Londres. La mayor leyenda de West Ham United. Un tesoro nacional. Amo de Wembley y señor del fútbol. Un capitán extraordinario. Un caballero eterno. Sir Robert Frederick Chelsea Moore.

Las anteriores son, casi todas, palabras de Jeff Powell (columnista del Daily Mail) dedicadas a su gran amigo. Todos los que lo conocieron coincidían en alguno de estos elogios para este futbolista extraordinario. Pelé y Beckenbauer le rindieron honores en vida. Alf Ramsey, director técnico campeón del mundo con Inglaterra en 1966, le hubiera confiado su propia vida. Y hasta Tony Blair, ex primer ministro del Reino Unido, lo encumbró como un modelo de conducta en la vida pública.


Bobby Moore nació el 12 de abril de 1941 en Barking, al este de Londres. Tan cerca de Upton Park que fue inevitable que fuera un Hammer con todo lo que esto implica. En el West Ham se enroló cuando dejó la infancia y a los 17 años ya estaba sustituyendo a su mentor cuando este padeció por la tuberculosis. Si alguien le enseñó al muchacho como defender fue Big Mal. Malcom Allison fue generoso con el rubio y supo que sería su pupilo el que ocuparía su lugar de ahí en adelante. El 8 de septiembre de 1958 debutó contra el Manchester United. Desde entonces Upton Park y sus huestes se le entregaron por siempre. Quinientos cuarenta y cuatro actuaciones y 24 goles con los hammers en la época dorada de un equipo más acostumbrado a mantenerse que a ganar.

Para 1962 ya estaba en la selección mayor y con sólo 22 años asumió la responsabilidad de ser el capitán de la escuadra de la rosa. Ese gafete lo portó a lo largo de una década. Dicen que Bobby Moore encarnaba el espíritu de equipo. Su leyenda asegura que sin él, los ingleses no hubieran sido capaces de ganar la copa del mundo. Su forma de leer el juego lo convirtió en un defensa central fuera de serie. Entre bromas se decía que el capitán sabía lo que iba a suceder en el partido veinte minutos antes que los demás. Sólo así podía cubrir su propia carencia de velocidad. Verlo jugar es un deleite. Potente en el juego aéreo, preciso al robar el balón. Pulcro y enérgico. Brillante al repartir el balón.

El cáncer rondó la vida del caballero eterno. La primera vez que lo retó fue en 1964. Su fortaleza logró replegar al mal que le intentaba invadir los testículos. En ese año ganó la Copa de la FA con el West Ham y fue designado el futbolista del año. Al año siguiente la Recopa de Europa llegó a las vitrinas de los Hammers. Con todo y los grandes momentos, hubo fuertes tensiones entre el héroe y su equipo. Sin contrato firmado, Moore quedaría fuera de la Copa del Mundo a celebrarse en casa. Alf Ramsey tuvo que intervenir para que la historia siguiera su curso tal y como la conocemos.


En Wembley sería su consagración. En aquel partido desgraciado para los alemanes, inolvidable para los ingleses. Intensidad pura, polémica que cala en el recuerdo pero al final quedó en el marcador un cuatro a dos para los súbditos del imperio.

Con las manos llenas de barro subió el capitán hasta el palco de honor. Bañado por el sudor constante producto del desgaste y de los nervios. Así estrechó la mano de la reina Isabel II y ella lo consagró colocando en sus manos la copa de la victoria. Desde ese día el caballero eterno cargó en sus espaldas el único recuerdo magnánimo del juego que ellos mismos habían inventado.


Estuvo en México en 1970. Junto a su selección entrenó en las maravillosas canchas del Reforma Athletic Club. Fue contra Brasil donde dio un gran partido. La forma en cómo le quitó el balón a Jairzinho sintetiza lo que fue. Por eso otro rey lo volvió a consagrar. Pelé lo abrazó e intercambió sus ropas con el gran capitán que se iba derrotado en esa tarde inolvidable. 

Bobby Moore también jugó con el Fulham, de ahí pasó al futbol de los Estados Unidos y se retiró en Dinamarca, cuando este país empezó a formar su liga profesional de futbol. Intentó dirigir solo dejando constancia de su generosidad. Luego optó por ser comentarista en los partidos de futbol y en eso se mantuvo hasta que pudo.

La vida personal del héroe giró alrededor de la simpleza que siempre procuró en el hogar. Nada fuera de lo común. Un matrimonio de muchos años con Tina, su primer amor, con quien tuvo dos hijos (Dean y Roberta). Y una segunda esposa,  Stephanie, con la que pasó los últimos años de su existencia.


En 1981, el director de cine, John Houston, alineó a Bobby Moore en un equipo de fantasía al lado de Pelé y Osvaldo Ardiles. Con Silvester Stallone como arquero, y Michael Cane como capitán de aquella oncena que se enfrentó a los nazis en un duelo que acabó en un Escape a la Victoria.

El cáncer regresó de nuevo para retar al caballero eterno. Esta segunda vez el duelo fue a muerte. Inglaterra pasaba por uno de los peores momentos de su historia. El pesimismo era absoluto. Nadie tenía esperanzas, no había inspiración. Por eso cuando Bobby Moore murió, el 24 de febrero de 1993, la noticia provocó un sentimiento tan profundo que les brindó a los ingleses la ocasión de mirar una vez más a los triunfos del pasado en momentos en que la moral nacional andaba por el suelo.


¿Quién más podría vigilar la entrada de la catedral del futbol? Sólo un caballero eterno, un señor del futbol. Un héroe inmortal capaz de inspirar a un pueblo que desea, como nadie en el mundo, volver a ser campeón.

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