Manguera, as entre los ases


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El 24 de marzo de 1882, el doctor Roberto Koch presentó a la Academia de Medicina de Berlín el descubrimiento del agente causante de la tuberculosis, el que fue luego llamado en su honor bacilo de Koch. Su descubrimiento fue el paso más importante tomado hasta ese momento para el control y la eliminación de esta enfermedad mortal. El primer gran ídolo del futbol peruano murió a consecuencia de esta enfermedad. Esta es su historia.

El vals criollo es muy peruano y cuenta sus historias más sentidas. Aquellas que nacen en el alma de los poetas y que se eternizan en la voz de los trovadores que convocan a veladas llenas de recuerdos de otros tiempos. El maestro Arturo Zambo Cavero está listo para hacer suyas las palabras de Pedro Espinel. Con su canto va a recordar a un as entre los ases, a una figura continental del futbol de ayer.

Hace mucho tiempo vivió Manguera. Alejandro Villanueva nació el 4 de junio de 1908 en ese barrio limeño en donde están el puente, el río y la alameda que inspiraron a la inolvidable Chabuca Granda para componer La Flor de la Canela. Y le decían Manguera por alargado y moreno. Medía un metro con noventa y dos centímetros. Hablar del Alianza de Lima es hablar de él y viceversa. Fue el primero de sus grandes ídolos. Aquel que dejó en su legado un estilo de juego que distingue al futbol criollo. Siempre alegre, pícaro y exquisito. Delirio de las tribunas.

Y al dejar el campo atrás, en esos callejones del barrio del Rímac, Alejandro Villanueva se enganchaba a los valses y polkas que tan profundo le calaban. La noche a veces no era suficiente. Y como no iba a serlo si su abuelo fue un célebre decimista, un relator de historias, un bohemio.

Cinco veces salió campeón con el Alianza de Lima en la primera división y otra más en una desventura por la segunda. Manguera fue goleador absoluto en dos ocasiones. Lo grande de su juego y de su escuela se sintetiza en los 3 años, cuatro meses y 28 días que duró el invicto más recordado de los aliancistas. La delantera comandada por el maestro Villanueva se despachó con 115 goles en 27 partidos. El equipo nutrido por afroperuanos era como un rodillo negro que aplastaba a sus rivales.

Jugó su primera Copa América a los 19 y fue mundialista en Uruguay (junto a Julio Lores, el primer futbolista extranjero naturalizado mexicano). Pero fue en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936) donde le dio lauros al Perú. Aquel equipo nacional llegó hasta las semifinales y vencieron al Wunderteam de Hugo Meisl (Matthias Sindelar incluido) con un rotundo cuatro goles a dos (un par fueron de Manguera). Sin embargo, aquellos criollos fueron absurdamente desacreditados con un pretexto infame cuando la FIFA ordenó que se celebrara un partido de revancha porque el campo en donde se gestó la hazaña no tenía las medidas reglamentarias aunque también se cuenta que el duelo fue interrumpido por un centenar de aficionados peruanos que asaltaron el terreno de juego. Del lado peruano se asegura que Hitler estuvo detrás de la maniobra. Perú abandonó la competencia y volvió al continente con honor.

Villanueva se hizo un juramento de no dejar nunca a su equipo adorado hasta que la fiesta y sus excesos lo retiraron en 1943. Un año más tarde (11 de abril de 1944) la tuberculosis se lo llevó con apenas 35 años encima. Dicen que su vida estuvo llena de lascivia, virtudes, defectos, miserias y dejadez. Un antihéroe hecho leyenda diría el escritor peruano Gabriel Ruiz-Ortega. Un personaje que seduce. Que siempre vivirá en el recuerdo, porque dio lauros al Perú. Sus restos mortales descansan en un humilde nicho del panteón más antiguo del continente americano, el Cementerio Presbítero Maestro, y se le puede visitar por la noche, cada que la luna llena ilumina esta ciudad de los muertos.

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