Ribéry, el hombre que ríe


"Para conseguir hacer del hombre un juguete es necesario moldearlo cuando es tierno, el enano se forma cuando es pequeño…cogían al hombre y lo trocaban en un aborto, cogían una cara y la convertían en un mascarón…Los compraniños trabajan al hombre como los chinos trabajan el árbol"
Víctor Hugo

Después de conocer la historia de “El hombre que ríe” es inevitable observar que Franck Ribéry tiene ciertas similitudes con Gwynplaine, ese entrañable personaje que el inmortal escritor francés Víctor Hugo inventó en 1869 para simbolizar las injusticias e infortunios que forman parte de la vida.

“El hombre que ríe” es un relato de luces y sombras, de aventura y fantasía, que cuenta los crudos momentos del hijo de un noble que fue robado por órdenes de un rey cuando el pequeño apenas tenía dos años. A esa edad, los compraniños, una banda de desalmados que comerciaban con infantes para crear atracciones circenses, le deformaron el rostro y la cicatriz que le quedó lo convirtió en un monstruo risueño. El niño fue abandonado a su suerte al cumplir diez años y así fue como se encontró con Dea, una bebita huérfana y ciega, que le iluminó la existencia. Los dos fueron adoptados por Ursus, un buen hombre  quien tenía un lobo amaestrado llamado Homo, con el que montaba un teatro ambulante en cada aldea por la que pasaban. Cuando la verdad se supo por voluntad de un ambicioso noble, Gwynplane recuperó un pasado que nunca buscó y el destino le arrebató su propia felicidad. Sólo su muerte pudo detener su sufrimiento.

Ribéry (7 de abril de 1983), cuenta su misteriosa semblanza, sufrió un espantoso accidente de tránsito a los dos años y desde entonces (como Gwynplaine) quedó marcado por una vistosa cicatriz que lo llevó a esconderse en los rincones de la soledad. Se dice que fue abandonado en un convento de monjas, de donde se escapaba para buscar esa pelota que le iluminó la existencia. El futbol lo hizo montar su propio teatro ambulante hasta que logró colocarse como un célebre personaje de su pueblo (Boulogne-sur-Mer) bañado por las aguas del Canal de la Mancha que ha fichado con siete clubes distintos, en orden progresivo, desde 2001 (US Boulogne Sur Mer, Olympique Alès, Brest, FC Metz, Galatasaray, Olympique de Marsella y FC Bayern Munich).

Su historia también ha tenido luces y sombras, aventura y fantasía; y en sus circunstancias bien se pueden explorar las injusticias e infortunios de la vida moderna. El origen del futbolista coincide con la del personaje de Víctor Hugo y los dos son hombres que ríen, pero a diferencia de Gwynplaine, Franck lo hace desde la realidad para decirnos algo. Utiliza su propia fealdad para distinguirse. Dos spots comerciales lo muestran con ese humor negro que le caracteriza. En uno finge ser un maniquí de aparador y en cuanto tiene a su merced algún mirón lo espanta sin miramientos. En el otro va corriendo por un siniestro bosque cuando de repente se encuentra un ciervo al que asusta con desdén.

Casi siempre está riendo. La cicatriz lo ha convertido en un monstruo risueño. Es un tipo bromista que necesita ser atendido. Un día decidió bañar desde la azotea de los vestuarios a Oliver Khan, su compañero en el Bayern Munich. En otra ocasión robó el autobús del equipo. Y otro se puso unos botines rosas que lo llevaron a apoderarse del personaje de la Pantera Rosa, a pesar de tener más parecido con el Inspector. Todas son aventuras y fantasías mediáticas de su propia mercadotecnia personal. Siempre ha declarado que jamás se borrará esa cicatriz porque dejaría de ser él mismo.

Ahora recordemos sus luces. Verlo jugar es un deleite. Es la contradicción de la estética. Vestido de azul se dio cuenta de su linaje y sus pares acabaron colocándole la pesada loza de la trascendencia cuando se dijo que él era el sucesor de Zidane. Rebelde y descarado. En ocasiones iracundo, pero siempre siendo él. Cuando jugó con el Galatasaray se convirtió al Islam y encontró serenidad. Tiempo después se casaría con una musulmana y tendrían dos hijas. El anhelo de procrear un niño y levantar la copa del Mundo son sus ilusiones máximas.

Su sombras se extendieron con aquel escándalo de la prostituta que se regaló en su cumpleaños y el fracaso del mundial de Sudáfrica. En ningún momento Franck Ribéry ha negado sus responsabilidades ni mucho menos ha vuelto a buscar aquellos rincones en donde lloraba de niño por las burlas que le hacían.

Por supuesto que la trama de esta historia -que se sigue escribiendo- se ha desviado de la concebida por Víctor Hugo. Sin embargo este hombre que ríe sigue siendo una encarnación del pueblo llano, y simboliza la luz y el bien, pero también deja en claro que el hombre es la mayor de las fieras para sí mismo. Ojalá que Ribéry siempre salga avante ante esos impulsos que simulan el proceder de los compraniños que lo pueden convertir en monstruo de feria.

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