La tragedia de Superga


Il Grande Torino sigue haciendo suspirar por el recuerdo de sus héroes. Las ruinas del estadio Filadelfia desgarran la memoria mientras la colina de Superga con su catedral, sigue en el mismo sitio y continúa ocultándose cuando el caprichoso clima le pasa el manto de niebla. Esta es la historia de un equipo de época que fue armado con la firme intención de enamorar a los italianos de otro tipo de futbol.

En los tiempos de la segunda guerra mundial Ferruccio Novo, presidente de la escuadra, trazó sin proponérselo, el perfil del futbolista total. Aquel que ataca y defiende, que sube y baja, que siempre acompaña y está franqueado por los suyos. Empezó a buscar a los hombres que harían de los granates un grupo espectacular. Un sabio le ayudó a encontrarlos. Vittorio Pozo, entrenador bicampeón del mundo, tuvo mucho que ver en el armado. Lograron un scudetto en 1943 (el segundo en la historia del Torino) pero la guerra los hizo parar.

Después, con el país ultrajado y cargando la derrota, el equipo del Toro brindó consuelo, diversión, esperanza y alegría a los habitantes de Turín, quienes acabarían contagiando a miles de italianos. El Torino fue esparciendo el entusiasmo y en su juego se podían leer las líneas de un manual de vida que basaba en la felicidad la cura a todos los males.

Los scudettos se fueron sumando. Tres al hilo, más el del 43, sumaban cuatro. El Torino ganaba con goles. Nunca especulaba. El futbol en Italia había dejado de ser motivo para la propaganda fascista y estaba reinventándose con la belleza misma de la ejecución del juego de conjunto. El guardameta Bacigalupo pagó el tributo del atrevimiento. Pocas veces era puesto a prueba sin embargo tenía la mejor perspectiva de cómo jugaba ese Grande Torino. Aldo Ballarin y Moroso lo acompañaban en la retaguardia mientras en el centro del campo, Castigliano, Martelli y Rigamonti recuperaban balones que de inmediato eran lanzados a sus interiores EzioLoik y Valentino Mazzola, el capitán, para que estos armaran la ofensiva con los extremos Romeo Menti y Franco Ossola, quienes surtían al contundente Gabetto.

La estadística de la temporada 1947-1948 emociona a pesar de la frialdad de los números. El Toro anotó 125 goles en cuarenta partidos. Por eso diez de los once seleccionados nacionales elegidos por Pozzo, eran del Torino. Italia entera ya estaba pensando en la Copa del Mundo de 1950.

Todos fueron grandes pero el capitán Mazzola tenía algo especial. La clase y el temperamento de este lombardo resultaron fundamentales para todo lo que el equipo llegó a ser. Por eso sus genes fueron tan poderosos que su apellido en Italia, es  sinónimo de futbol.
En abril de 1949, el Torino sacaba una considerable ventaja al Inter de Milán. Todo indicaba que el quinto scudetto estaba cerca. Por eso el viaje a Lisboa para el partido de despedida de Xico Ferreira, amigo de Mazzola, entró sin problemas en la agenda del club.

Jugaron contra el Benfica. Perdieron cuatro a tres y volvieron a Turín el 4 de mayo, a bordo de un avión Fiat con tres motores. Ya eran las cinco de la tarde. El cielo se caía en la puerta de los Alpes. La aeronave se preparaba para aterrizar a ciegas. La torre de control les proporcionaba el rumbo. La comunicación era vital. Los pilotos estaban concentrados en el altímetro del aparato y  las agujas del reloj marcaban las cinco con tres minutos. Superga y su basílica se estremecieron. La colina tembló y desde entonces la nostalgia vive ahí, en donde murieron todos.

El quinto scudetto fue póstumo. Ferruccio Novo (quien no hizo el viaje por un fuerte resfriado) y sus jóvenes toros cerraron el torneo con honor pero la tragedia fue absoluta y cambió la historia. Turín perdió a sus héroes. Italia a su selección y replegó sus líneas. Por eso el recuerdo de Superga es solemne. La melancolía tal vez le puso candado a un futbol que pudo ser distinto. Posiblemente un día, los italianos guarden su luto inspirándose en ese toro que se fue al cielo. En ese equipo que se recuerda por siempre como Il Grande Torino.


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