El grillo y los alacranes

El profe volvió a salir con línea de cuatro. Pero esta vez era “su” línea de cuatro. Sentó a los alacranes del grupo y puso a un grillo en la zaga que se guardaba una deuda personal en contra de los rivales. Un cronista amigo del hombre del banquillo dijo que eran patadas de ahogado en un equipo que ya no funciona. Pero así inició el partido ante una escuadra dirigida por un técnico lleno de aspavientos y que siempre comunica con la grada.
El cambio de actitud fue notorio de principio a fin. Hubo otro espíritu de equipo. Se le apostó a lo único que queda cuando sólo faltan siete partidos para finalizar el torneo. Metimos el primero, nos empataron y con riñones, el centro delantero, se fabricó su propia jugada y marcó su segundo de la tarde y el tanto de la victoria. Un triunfo que exhibió lo mejor y lo peor del equipo. Un resultado que la afición logró interpretar con inteligencia. Abuchearon a uno de los conflictivos y al término de la partida abandonaron las gradas, tal vez, un poco más tranquilos y sin humillar al buen hombre del banquillo que le ha puesto el alma a un complicado plan de renovación. La paciencia es indispensable.

Línea de cu4tro

Esperé más de seis horas para compartir un sentimiento digerido. Esperábamos la derrota y tal vez así de abultada. Posiblemente no estamos del todo vencidos pero sí lastima que le digan ruco o senil a aquel que carga con todas las responsabilidades. Que los chavos crean que es un mediocre. Que no sepan que ese hombre es un hombre bueno, bienintencionado. Me duelen porque sé quién es y me lastima porque no sé como poder hacer algo. Le escribí hace un rato para recordarle que estoy viviendo con el corazón esta temporada. La primera que me hace vibrar desde que me dedico a contar historias de futbol. Entiendo que la afición quiere un equipo poderoso, que estos momentos son difíciles para la historia del club. Generacionalmente está cerrándose un ciclo y los nuevos parámetros del futbol obligan a tener académicos y no gángsters en sus tripas. Pero este hombre es demasiado bueno y la bondad parece que condena, en los tiempos antiguos a la cruz y en los recientes al ridículo. Hay que ser cabrón porque si no te joden. Pero muchas veces los cabrones son muy eficientes pero sumamente indolentes. Perdimos feo y seguro que el del banquillo hoy no duerme tranquilo. Un abrazo profe, mantengamos esa línea de cuatro. 

Con la cara de tontos

Fue un gol maldito, de esos que avisan desde que el balón está por el medio campo. De esos que te matan la tarde. Que destrozan los planes. Que amargan y te hacen sentirte mal. Sientes la frustración, el enojo, pero ese empate en tiempos adicionales se vio venir. “Ya se acabó el partido” le dijo el lateral izquierdo al arquero y cuando los dos voltearon ya tenían la jugada a punto de culminar con las redes moviéndose.
Y después, los reclamos de la grada, a grito unánime: fuera, fuera, fuera. Y el buen hombre del banquillo saliendo con las arrugas del rostro reflejando que ahora sí se le había arrugado el alma. Cuando estaba por doblar hacia el vestidor me preguntó que cómo estaba. Ninguno de los dos estábamos bien. Estábamos incómodos. Preocupados. Uno de los delanteros dijo que con cara de tontos. Y sí, así quedamos todos lo que restó de un domingo que pudo haber sido diferente. Pero como siempre dicen los que juegan: así es el futbol.

El monje que nulifica

Félix Araujo hace lo que le pide Héctor Hugo Eugui, cada vez que lo mete a jugar de relevo para el Toluca. Apenas debutó en primera división con 28 años. Es como un monje que vive con el voto de obediencia, sabiendo que está cumpliendo su penitencia. Es discreto, tiene tatuajes misteriosos en el cuerpo. Sabe que ya no es un novato y que a sus 28 años está será su última oportunidad. Fue soberbio consigo mismo. Dejó para después lo que no tenía prórroga. El futbol es de instantes y todos se suman, pero él derrochó su tiempo.

Félix es de Guadalajara, de familia rojiblanca. Un muchacho que nunca tuvo, paradójicamente, nada más que la vida y sus dones. Los dones de la fortaleza física, la valentía y la suerte de haber sido reclutado por un visor de Cruz Azul que se lo llevó desde muy joven. Anduvo por muchos lados. Llegó a jugar hasta en Paraguay. La suerte le sonreía pero era uno más, uno de los que llegaron y se acomodaron en el montón.

Néstor, su hermano menor le seguía los pasos y le pedía consejos. También vio sus defectos y no los replicó. Gracias a Néstor, quién viene sumando con alegría todos sus instantes con Cruz Azul y la selección menor, Félix reaccionó y en verdad se puso el hábito del monje dócil que entra al campo para nulificar a aquellos rivales que requieran de su tozuda marca. En el partido contra Estudiantes no dejó que Lillingston hiciera nada a partir de que él entró a nulificarlo. Contra Atlante, Kikín Fonseca nunca logró quitarse la intimidante marca. Y seguirá haciendo lo que le pida Eugui, sabe bien que ya no le resta tiempo para derrochar.

Ese Pibe

Desde que nació aquel 2 de septiembre de 1962, Jaricho lo llevaba a todas partes. De arriba para abajo. A todas horas traía al junior consigo. En el barrio “Pescaito” sabían que los Valderrama nacían siendo futbolistas. Jaricho era moreno, moreno, pero el nene salió blanquito. Uno de esos días de entrenamiento con el Unión Magdalena, Carlos llegó solo y el Turco Deibe, entrenador argentino del cuadro, preguntó sorprendido por la ruptura momentánea del binomio: ¿y el pibe cómo está? Desde entonces y para siempre ese pibe fue El Pibe Valderrama.

Diavolo Rasta

Nació un mes después de que encerraran a Mandela en prisión. Fue hijo fuera del matrimonio y le pidió permiso al padre para utilizar su apellido porque el Ruud Dil no era nombre adecuado para un futbolista. Lo arrestaron a los 13 años cuando miraba unos chocolates muy de cerca en una Amsterdam intolerante. Abrazó al reggae de Marley para reclamar sus derechos. Se enruló el cabello y parecía un rasta, un diavolo rasta dijeron los italianos.  El Tulipán Negro es un clásico del futbol que se expresó en el campo con coherencia. Hoy, 1 de septiembre, cumple 49 años y Nelson Mandela lo considera uno de sus más queridos amigos.