La cicatriz del Cabo

¿Alguien sabe cómo se hizo esa cicatriz? Aquella que no tenía cuando estaba en su apogeo y que ahora parte de su labio inferior, en el lado izquierdo, y que es frenada, abruptamente, por la comisura de la boca que cae, sin resistencia, marcando una profunda arruga en su rostro. Dicen que las comisuras que caen denotan tristeza. Me encantaría preguntárselo. Me agobia su sufrimiento, pero tendré que esperar a que publique el libro que lleva escribiendo, ya casi una década, sobre su vida. Porque Evanivaldo Castro Silva (28 de abril de 1948, Salvador de Bahía, Brasil) decidió no hablar más con los periodistas hasta que termine sus memorias.

El poeta Pablo Neruda escribió Confieso que he vivido. Memorias, y asegura que “estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida”. ¿Cómo se confesará, El Cabo, ante sí mismo?

Él se siente olvidado pero todos sabemos quién es. Con 312 goles, encabeza, por mucho, la lista de cañoneros del balompié mexicano. Parece estar resentido con el futbol pero siempre antepone que es un apóstol del juego porque desde el día en que empezó a jugar le pidió a Dios que no se lastimara y que le permitiera ocupar un lugar importante en el deporte. Su plegaria lo llevó con vertirse en un monarca absoluto, en un señor del gol.

Tres periodistas charlaron con él y estos tres materiales son los únicos que aparecen al googlear. Uno en el año 2002 y dos en el 2007. José Ángel Parra, de El Universal, lo entrevistó en Puebla, cuando El Cabo tenía las riendas de los Lobos BUAP, en noviembre de 2002. “Soy incomparable: Cabinho”, fue el título de la pieza periodística. En febrero de 2007, Juan Montes, de Reforma, publicó una entrevista que encolerizó al señor del gol. La llamó “Pasa Cabinho de rey a mendigo”. Y por último, Raymundo Díaz, de la Agencia Universitaria de Noticias de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, cargó con los reclamos del ídolo. “Hay que tener huevos para decir la verdad: Cabinho”, fue el titular de la entrevista, que acabó siendo cortada de tajo por el entrevistado.

Trataremos de reconstruir al Cabo, tomando en cuenta lo intermitente y olvidadiza que es la vida. Utilicemos sus propias respuestas que son el origen de esas memorias o recuerdos que algún día aparecerán publicadas en su libro.

El fútbol es toda mi vida, desde muy chico, en mi tierra, Salvador Bahía en Brasil, empecé a jugar en la playa o en terrenos baldíos; ahí fui alimentando mis ilusiones, mi cuerpo y mente. La suerte de haber jugado en esos lugares me dio una fuerza fuera de lo común. Mi objetivo siempre fue jugar, no había de otra. Dejé de estudiar, dejé de trabajar, dejé a mi familia; por eso el fútbol es todo para Cabinho. Después de Dios no existe nada más grande que el fútbol.

Mi papá tuvo 14 hijos, 8 hombres y 6 mujeres, éramos una familia muy grande y alegre. Fue una infancia preciosa, realmente extraño toda esa época con mis padres, que eran muy buenos, muy amorosos. No teníamos mucho dinero, ropa o lujo; sin embargo, alimento nunca faltó. Mis hermanos se dedicaron a estudiar, yo fui la excepción, la oveja negra. No existía otra posibilidad, tenía que ser jugador a fuerzas, estaba escrito, no podía ser de otra forma.

Fui maltratado, mis hermanos y hermanas me pegaban para no jugar. Pero debía ser jugador y lo logré por mi duro temperamento, soy muy decidido y, a pesar de que mis padres y hermanos me golpeaban, seguía jugando. Yo forjé mi destino, no era cuestión de suerte. Siempre luché.

De niño era el peor de todos al jugar fútbol. Eso sí, tuve la fortuna de tener como amigos a grandes jugadores y de ellos aprendí; cada vez que voy a Brasil no dejo de visitarlos para tomar una cerveza y comer pescados y mariscos en la playa.

Me invitaron a entrenar, fui un miércoles pero no llevé zapatos, pensaba que ellos (el club) daban todo, pero no, y como no llevé nada, no me dejaron entrenar. El viernes fuimos a romper un barco que estaba en la playa, le sacamos las vigas de fierro para venderlas, y después mis amigos me compraron mis zapatos. Entrené ese mismo día, anoté dos veces y ganamos 2 a 1.

Así llegué al Botafogo de Bahía, tenía 16 años y medio e hice una piratería, pues estaba prohibido que jugaran menores de 18 profesionalmente. Para poder jugar fueron a mi casa, hablaron con mi hermana y mi cuñada, firmaron un contrato y me autorizaron ser profesional.

Dios da a todos una habilidad, todos tenemos un talento grandísimo dentro de nosotros que debemos descubrir y aprovechar. Fue Dios quien me puso en este camino y me agarré con todo el ahínco para lograr lo que deseaba. Uno forja su propio destino.

La verdad no sé si fue bueno venir a México, pues en ese entonces tenía ofertas del Real Madrid, del Panathinaikos y Pelé quería que jugara con él en el Santos. Tenía contrato con mi equipo (Portuguesa de Sao Paulo), acabábamos de ser campeones de liga y copa y yo había sido el jugador que más goles anotó en el mundo con 48 (en 1973) y, obviamente, no querían venderme. Pumas empezó a negociar, y yo no andaba bien en cuestión familiar y me forcé en mi decisión de venir a México.

Un año después de mi llegada, un 9 de julio de 1974, me convertí en campeón goleador. De ahí me seguí durante siete campeonatos consecutivos. Del 75 al 82, con Pumas y Atlante. Luego conseguí uno más con León en la temporada 1984-1985. Así que fui ocho veces campeón de goleo. Sin duda la de 1976-77 fue una de mis mejores temporadas. Con Pumas metimos un montón de goles. Metí: 34 en la campaña regular y seis en la liguilla.

Mi meta como delantero, mi preocupación y obligación era anotar, dando siempre el máximo esfuerzo y nunca escatimando en nada. Tenía un sprint en corto muy veloz. Caminaba y sprintaba tres metros. El defensa no sabía nunca cuándo iba arrancar. Mi sprint era letal.

Spencer Cohelo sabía mis movimientos, mis jugadas. Éramos como Pelé y Coutinho. Ya sé que exagero, porque ellos fueron unos fenómenos. Pero Spencer sabía mis movimientos. Picaba a la derecha y me metía a la izquierda. A veces iba adelante a buscar el balón y él sabía que se tenía que meter arriba de mí, arriba del defensa, porque yo daba la vuelta. A la gente le gustaba que Cabinho jugara. No solamente metía goles, hacíamos jugadas diferentes, arriesgábamos más.

Nosotros entrenábamos con los chavos, hoy en día no lo hacen. No veo que la primera división entrene con la primera “A” ni con la segunda o la tercera, están distanciados. Debe existir el pique, la competencia, porque la primera debe demostrar a las otras divisiones que es mejor, así se dan oportunidades a los jóvenes.

Ese equipo estaba para salir campeón de 5 a 10 años seguidos, mas no había dinero o no querían pagarnos y por lo tanto eran pocas las posibilidades de quedarnos. Se vendió a Spencer, a Cándido, en pocas palabras: se desmanteló al conjunto.

Cuando digo que soy incomparable, no es con el afán de molestar a Cardozo. Él sabe el aprecio y la estima que siento por él como persona y con goleador. Pero los números están ahí. Creo que todavía no llega a México alguien que se acerque a lo que yo hice en esa época.

Cuando terminé mi carrera en la temporada 1987-88 con los Tigres regresé a los Pumas. Hablé con el ingeniero Aguilar Álvarez y me dijo: `Vete a las fuerzas básicas` . Empecé a trabajar con los jóvenes. Después me recomendó: `Haz un curso de entrenador en Brasil y vuelve`. Cuando regresé, traté de volver al ambiente que existía como cuando jugaba futbol, en que todos los lunes teníamos convivio en mi casa, todos platicábamos, jugábamos dominó, póquer, y de repente se acaba eso.

Como es natural en quien ha jugado futbol toda su vida, cuando me retiré pensé en seguir mi carrera como entrenador. En ese sentido me siento avergonzado de México. Entraron muchos Rectores, mucha gente diferente, yo traté de buscar oportunidad, y por otro lado también en otros equipos traté de hablar con ellos, pero me decían: 'tú eres universitario Cabinho’.

Los directivos del futbol, salvo casos excepcionales, son unos desagradecidos, unos desmemoriados. Di todo por el futbol mexicano, pero ya ves. No tengo promotores. Entonces se olvidan pronto de ti. Mira, no te miento. No es posible que traten así a alguien que lo dio todo. Nunca me expulsaron, fui el jugador que más goles ha metido en la historia de México y, puede ser, el que más patadas recibió. Nunca tuve un comportamiento, fuera o dentro de la cancha, del que me pueda avergonzar. Es más, siempre he creído que el futbolista debe ser un ejemplo para la niñez. Yo nunca dije groserías. Y mucho menos las hice.
Me comportaba dignamente. Pienso que colaboré con el futbol y con México en todos los aspectos. No entiendo por qué no me han dado esa oportunidad. Pregunto, ¿qué hice mal?, ¿acaso anduve destrampado?, ¿qué pasa con los directivos?, ¿qué quieren?, Es que lo único importante es que el futbol mexicano esté como siempre, ¿sube y baja? No es una cuestión de falta de capacidad. El problema es que el dinero todo lo ensucia; sí, el maldito dinero.

Estuve en la Segunda División de la Benemérita de Puebla y vi demasiado talento, demasiada gente, demasiados jugadores buenos, pero no son aprovechados y ahí se pierde la oportunidad. Esto es una alerta para todos los equipos mexicanos, hay muchos talentos en la Tercera, en la Segunda División.

Hay que tener huevos para decir la verdad. Siempre digo la verdad. Estoy arrepentido de haber venido a México. Nunca pensé que me tratarían tan mal como lo hacen, en especial mi equipo Pumas; le di toda mi vida, perdí a mi familia, di todo, gané muy poco dinero, di mi corazón, logramos títulos...y ahora me trata como me trata.

Estoy siendo desaprovechado, estoy muriendo lentamente, no sé hasta cuándo puedo soportar porque ahorita que tengo las dos nacionalidades, puedo vivir en México, puedo vivir en Brasil.

Nunca he sido rico. Mis orígenes son humildes. Nunca me faltó qué comer. Ahorré algo. Que si tengo dinero, no, no lo tengo. Que si paso dificultades, es mentira. Claro, debería estar mejor, pero ni modo. Así es la cosa. Tengo un coche 1974. Lo cuido y me lleva todas partes. Por qué he de comprar otro.

Es difícil, tal vez uno no comprenda, porque no es posible que una persona como yo, que hizo un trabajo tan bueno como jugador, como profesional, como ser humano, de repente esté lejos del deporte.

Realmente ya no me gusta dar entrevistas, ya no las doy a nadie, ya no quiero, ya no voy a ser explotado por los periodistas, porque a veces dicen muchas mentiras. Además, ya estoy haciendo un libro de mi vida. Cuando salga mi libro la gente se va a preguntar quién dice la verdad ¿Cabinho o los periodistas?

Ahora vuelvo a tomar la palabra para recordar lo que dijo El Cabo cuando ingresó al Salón de la Fama del Futbol Nacional e Internacional, en noviembre de 2011. El llanto no le permitió decir mucho: “Yo me siento orgulloso y agradezco a todos ustedes por esta invitación, es un regalo. Muchos niños no saben quién es Cabinho si no les hablas de él; y esto es algo que va a quedar para siempre”. Me siento obligado a compartir dos temas que él mismo no ha enfatizado en las escasas ocasiones en que ha platicado sobre su vida. Cabinho, así le pusieron, cuando era niño, según dos versiones existentes del origen del mote. Ambas relacionadas con su cercanía a lo militar. La primera versión es muy genérica. Versa sobre su afición a vestir prendas castrenses, las de camuflaje en particular.  La segunda, es más íntima porque cuenta que de pequeño acompañaba a su hermana a vender comida en una base militar y que de ahí, los propios soldados le empezaron a llamar pequeño cabo, Cabinho.

Después de Pelé, de Roberto Dinamita, de Zico y de Arthur Friedenreich, es el quinto mejor anotador de goles brasileño en la historia del siglo XX, según la FIFA. Ocupa el lugar 34 de goleadores absolutos, con sus 331 tantos marcados en 481 partidos disputados entre 1971 y 1987.

Un hombre imprescindible

Bien lo dijo Bertolt Brecht y luego lo recitaría Silvio Rodríguez: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, esos son imprescindibles”. En 2003, cuando visité por primera vez la selva cañera de Zacatepec, fui recibido por un imprescindible en la historia del futbol mexicano. A las puertas de su Farmacia “de la Luz”, José “Bigotón” Vela, aguerrido defensor, me platicó sobre ese equipo que tenía entre sus filas al mejor jugador: el sol. El Bigotón fue mi conexión directa con el pasado cañero y su relato fue el eje de narración de una historia que acabó siendo contada por muchos de sus protagonistas como Nacho Trelles, Raúl Cárdenas y el Tigre Betancourt.

Hace un par de semanas, recibí un twitt  del doctor José Vela Bahena, hijo del célebre Bigotón, y me dijo que había visto ese reportaje en donde su padre rememoraba la historia única de los cañeros. Me preguntó si guardaba la cinta con la entrevista completa que le realicé a su padre. Le respondí que sí e hicimos un trato. Él me mandaba fotos de la leyenda y yo armaba una pieza para recordarlo siempre. Aquí les comparto parte de la carta que me envió el doctor Vela Bahena, en donde perfila a su padre, un hombre imprescindible.

Mi padre tuvo la necesidad de trabajar desde niño, como peón de albañil, antes de
terminar la primaria. Siendo el primogénito de seis hermanos.
Me contaba que con enorme orgullo fue a recibir su certificado de primaria,
a pesar de ir con ropa rota y huaraches. No pudo estudiar más, pues su padre
los abandonó y dejo en la miseria.
Se esforzó por darle carrera a sus hermanos, a todos. A su madre una casa digna, misma que terminó cuando jugó para el Zacatepec. Aparte se ser un hombre Integro, Honrado, Honesto y Leal a sus principios, era un gran hombre.
A pesar de todo, vivió como pocos, disfrutó de su trabajo y alcanzo el éxito, ese que
viene por añadidura al esfuerzo y a la integridad, misma devoción para su trabajo que para la  familia. Enamorado de mi madre hasta la muerte.
Lo extrañamos mucho. FUE UN GRAN CAMPEÓN EN TODO LO QUE SE PROPUSO.

Este pensamiento lo escribí para él, en la dedicatoria de mi tésis para obtener
el título de Médico Cirujano:
"PORQUE EL HOMBRE ES GRANDE POR SU MANERA DE VIVIR LA VIDA, POR
SU INQUEBRANTABLE ESPIRITU DE SUPERACIÓN Y POR EL AMOR QUE PROFESA,
A MI PADRE, UN GRAN HOMBRE".
Dr. José Vela Bahena
Gineco Obstetra.

Y esta es la pieza en video. Un sentido homenaje a El Bigotón Vela que partió de este mundo, en diciembre de 2004.

Terremoto Perdomo


Esto que voy a contarles viene de la mitología futbolística. Sin tomarse licencias literarias y rayar un poco en los excesos, simplemente esta historia quedaría como un buen gol de tiro libre. Pero la verdad es que generó tanta emoción que movió la tierra. Todo comenzó en Salto, Uruguay, cuando nació Perdomo, un día de Reyes de 1965. Dicen que los niños uruguayos nacen futbolistas por simple genética. Unos más buenos que otros y son tantos que a pesar de ser tres millones de habitantes, se dan el lujo de exportarlos al por mayor.

Su manera de tratar la pelota y su ubicación en medio del campo, llenó de expectativas a los implacables visores y se lo llevaron a Peñarol. Hizo su debut en 1983 y pronto se convirtió en uno de los ídolos de la hinchada. Siempre le han dicho Chueco, pero empezaron a llamarle Caudillo y bajo su mando, las huestes manyas conquistaron la Copa Libertadores de 1987. Ese año hubo tres futbolistas señalados como los mejores de Sudamérica: El Pibe Valderrama, Obdulio Trasante y él, José Batlle Perdomo Teixeira.

En 1989, Italia ya lo estaba esperando. Pagaron millones por su ficha. Venía de ganar, también, la Copa América del 87. El Genoa tendría su propio caudillo. Pero Perdomo no respondió. Fue Vujadin Boskov, entrenador de la Sampdoria, quien, antes de jugar el Derbi della Lanterna, dijo que “si soltara a mi perro en el campo jugaría mejor que Perdomo, y mi perro no ha costado 130 millones”.  Salió del calcio y apenas pudo jugar cuatro partidos en el Coventry City de Inglaterra. Aún así fue mundialista en 1990 y para  el invierno de ese año llegó a España para jugar 300 minutos con un Betis descendido a la segunda. Anotó un gol de tiro libre que de nada le sirvió y del que nadie se acuerda.

El Chueco volvió a casa. Dejó de jugar ocho largos meses. Hasta que Gregorio Elso Pérez Perdigón, director técnico uruguayo, lo rescató y se lo llevó a jugar a Argentina, con un club que asegura ser “la Institución más antigua del continente americano que practica fútbol en forma profesional”: Gimnasia y Esgrima La Plata (Fundado el 3 de junio de 1887).


Hasta aquí uno de los peores estigmas se estaba apoderando de Perdomo. Recordarlo como un fracasado hubiera sido terrible. Boskov lo había humillado al compararlo con su perro. Pero también le había lanzado esa advertencia de que los millones que se ganan al firmar se tienen que demostrar en la cancha. El Chueco no pudo, no quiso, se equivocó, cometió errores y la lista de motivos puede seguir. Pero el hecho es que fracasó en Italia, en Inglaterra y en España. Y sí, volvió cargando ese estigma. Su liderazgo en Peñarol y la conquista de aquella Copa Libertadores; la Copa América y el Mundial de Italia, formarían parte de la historia local. Fue cuando se atrevió a volver, de la mano de Don Gregorio Pérez. Un instante definiría toda su trayectoria. Alcanzaría esa fama que hace de alguien lo que los demás se imaginan que es.

Gimnasia y Esgrima La Plata venía con una mala racha de seis partidos sin victoria. El Clásico contra Estudiantes estaba programado para el 5 de abril de 1992, en la cancha del rival (estadio Jorge Luis Hirschi). Hernán Cristante defendía la cabaña de El Lobo. Marcelo Yorno la del Pincha. Los triperos estaban ansiosos. Esa hinchada loca, que va a todas partes y que por eso siempre le pide a Gimnasia salir a ganar.

Se habían jugado nueve minutos. El árbitro, Juan Bava, marcó una falta a 35 metros del arco de Estudiantes. Perdomo le pidió el balón a Carlos Javier Odriozola, quien cobraba regularmente los tiros libres. De pronto, el sismógrafo del departamento de Sismología e Información Meteorológica del Observatorio Astronómico La Plata registró movimiento telúrico de más de seis grados Richter. Ese día, un gol se fundió con el mito. Le llamaron el gol del Terremoto por que la hinchada brincó a un solo tiempo y al caer sobre la grada provocó que la tierra se moviera.

Perdomo fue el epicentro de una energía desencadenada que contenía su propio estigma del fracaso y también la frustración de una afición que añoraba celebrar para darle cuerda a su locura. Tras ganar el Clásico de La Plata, Gimnasia y Esgrima no perdió ninguno de los doce partidos restantes de la temporada y terminó en el octavo puesto de la tabla general.

A partir de ahí todos le recordaron llamándole Terremoto. Regresó a Peñarol y ganó una segunda Copa Libertadores, en 1993. Luego le dijo adiós al futbol activo, con tan sólo 29 años de edad. Desde entonces anda por los potreros en busca de que el juego le abra las puertas del mundo a los uruguayos y su futbol genético.