Terremoto Perdomo


Esto que voy a contarles viene de la mitología futbolística. Sin tomarse licencias literarias y rayar un poco en los excesos, simplemente esta historia quedaría como un buen gol de tiro libre. Pero la verdad es que generó tanta emoción que movió la tierra. Todo comenzó en Salto, Uruguay, cuando nació Perdomo, un día de Reyes de 1965. Dicen que los niños uruguayos nacen futbolistas por simple genética. Unos más buenos que otros y son tantos que a pesar de ser tres millones de habitantes, se dan el lujo de exportarlos al por mayor.

Su manera de tratar la pelota y su ubicación en medio del campo, llenó de expectativas a los implacables visores y se lo llevaron a Peñarol. Hizo su debut en 1983 y pronto se convirtió en uno de los ídolos de la hinchada. Siempre le han dicho Chueco, pero empezaron a llamarle Caudillo y bajo su mando, las huestes manyas conquistaron la Copa Libertadores de 1987. Ese año hubo tres futbolistas señalados como los mejores de Sudamérica: El Pibe Valderrama, Obdulio Trasante y él, José Batlle Perdomo Teixeira.

En 1989, Italia ya lo estaba esperando. Pagaron millones por su ficha. Venía de ganar, también, la Copa América del 87. El Genoa tendría su propio caudillo. Pero Perdomo no respondió. Fue Vujadin Boskov, entrenador de la Sampdoria, quien, antes de jugar el Derbi della Lanterna, dijo que “si soltara a mi perro en el campo jugaría mejor que Perdomo, y mi perro no ha costado 130 millones”.  Salió del calcio y apenas pudo jugar cuatro partidos en el Coventry City de Inglaterra. Aún así fue mundialista en 1990 y para  el invierno de ese año llegó a España para jugar 300 minutos con un Betis descendido a la segunda. Anotó un gol de tiro libre que de nada le sirvió y del que nadie se acuerda.

El Chueco volvió a casa. Dejó de jugar ocho largos meses. Hasta que Gregorio Elso Pérez Perdigón, director técnico uruguayo, lo rescató y se lo llevó a jugar a Argentina, con un club que asegura ser “la Institución más antigua del continente americano que practica fútbol en forma profesional”: Gimnasia y Esgrima La Plata (Fundado el 3 de junio de 1887).


Hasta aquí uno de los peores estigmas se estaba apoderando de Perdomo. Recordarlo como un fracasado hubiera sido terrible. Boskov lo había humillado al compararlo con su perro. Pero también le había lanzado esa advertencia de que los millones que se ganan al firmar se tienen que demostrar en la cancha. El Chueco no pudo, no quiso, se equivocó, cometió errores y la lista de motivos puede seguir. Pero el hecho es que fracasó en Italia, en Inglaterra y en España. Y sí, volvió cargando ese estigma. Su liderazgo en Peñarol y la conquista de aquella Copa Libertadores; la Copa América y el Mundial de Italia, formarían parte de la historia local. Fue cuando se atrevió a volver, de la mano de Don Gregorio Pérez. Un instante definiría toda su trayectoria. Alcanzaría esa fama que hace de alguien lo que los demás se imaginan que es.

Gimnasia y Esgrima La Plata venía con una mala racha de seis partidos sin victoria. El Clásico contra Estudiantes estaba programado para el 5 de abril de 1992, en la cancha del rival (estadio Jorge Luis Hirschi). Hernán Cristante defendía la cabaña de El Lobo. Marcelo Yorno la del Pincha. Los triperos estaban ansiosos. Esa hinchada loca, que va a todas partes y que por eso siempre le pide a Gimnasia salir a ganar.

Se habían jugado nueve minutos. El árbitro, Juan Bava, marcó una falta a 35 metros del arco de Estudiantes. Perdomo le pidió el balón a Carlos Javier Odriozola, quien cobraba regularmente los tiros libres. De pronto, el sismógrafo del departamento de Sismología e Información Meteorológica del Observatorio Astronómico La Plata registró movimiento telúrico de más de seis grados Richter. Ese día, un gol se fundió con el mito. Le llamaron el gol del Terremoto por que la hinchada brincó a un solo tiempo y al caer sobre la grada provocó que la tierra se moviera.

Perdomo fue el epicentro de una energía desencadenada que contenía su propio estigma del fracaso y también la frustración de una afición que añoraba celebrar para darle cuerda a su locura. Tras ganar el Clásico de La Plata, Gimnasia y Esgrima no perdió ninguno de los doce partidos restantes de la temporada y terminó en el octavo puesto de la tabla general.

A partir de ahí todos le recordaron llamándole Terremoto. Regresó a Peñarol y ganó una segunda Copa Libertadores, en 1993. Luego le dijo adiós al futbol activo, con tan sólo 29 años de edad. Desde entonces anda por los potreros en busca de que el juego le abra las puertas del mundo a los uruguayos y su futbol genético.





No hay comentarios: