El truco del mago

Dentro del estadio que hoy lleva su nombre, existe un rincón consagrado a sus grandes recuerdos. Salió de El Salvador siendo un mago del balón pero en España traspasó los límites del truco y el ilusionista acabó por convertirse en su propia magia. El hechizo exquisito del fenómeno deslumbró a quienes lo vieron hacer aquellas culebritas macheteadas y hasta el mismo Maradona nunca se cansó de decir que uno de los mejores futbolista que él había visto venía de un pequeñito país de Centroamérica.
Nunca fue un obrero del balón, hubiera sido un insulto a su persona y un atentado a los cánones del gremio de los magos formidables que se han encargado de desviar el curso de la historia del futbol.
Y así se volvió leyenda y en su tierra un ser humano que despierta la mejores intenciones en aquellos que lo quieren simplemente por lo que es.
Si algún día pasan por este estadio y ven que la tarde está cayendo, seguramente el truco se esté gestando en los pies de un hombre que se define con una sola palabra: mágico.


Clonación imposible

Cada que este niño se levantaba se fijaba en el sol, de eso dependían sus días. De ahí partía todo lo demás. Antes que nada pensaba en la vida y así, sin quejarse nunca, según Fabio Capello, se convirtió en la historia viva del futbol mundial.
Hijo de futbolista, cortó de tajo los posibles qué dirán. Su padre nunca le contó nada y él jamás le pidió relatos. Todo ya estaba en su mapa genético. No hacían falta palabras porque desde niño su portentoso físico y su inigualable talento para jugar señalaban que él sería uno de los elegidos.
Futbolista de carácter. Debutó a los 16 años y siete meses. Domó sus instintos y controló sus reacciones. Nació diestro y jugó por la izquierda. Infranqueable en el uno a uno. Veloz y resistente. Un defensor excelso, discreto y caballeroso que orilló a la fundación ficticia de un club de atacantes damnificados, presidido por el español Michel.
Si bien creció a la sombra de Baresi, cuando Paolo lo superó conocimos lo superlativo de la retaguardia. Dicen que ni siquiera miraba a la cara a sus adversarios, que no los marcaba, simplemente los mataba con la indiferencia.
Maldini el eterno. La mejor estampa milanista, diría Santiago Segurola. El eslabón que unió la historia rossonera. El hijo que trascendió al padre y el padre que espera que su propio hijo siga buscando ese sol que le marca el destino a los suyos. De nada le hace falta el balón de oro a un futbolista que ganó siete escudetos, cinco Champions, dos Copas Intercontinentales, cinco Supercopas de Italia y cinco Supercopas de Europa además de un Mundial de Clubes.
Con la selección acumuló más minutos mundialistas que nadie. El minutero dio la vuelta dos mil doscientos diecisiete veces.
Por eso, cuando le dijo adiós al futbol, tras 24 años y más de 900 partidos, una manta en San Siro clamaba a la ciencia la clonación del ídolo. Imposible, Paolo es irrepetible. 

Invencible

Dicen que no hay imprescindibles en la vida pero lo que es un hecho es que existen insustituibles en un equipo de futbol. Tal vez por eso nunca más se volvió a ver que un jugador del Milan haya ocupado el número seis. Simplemente sería una carga imposible de soportar para aquel que hubiera osado retar a la historia del gran capitán.
Sus reflejos, su lucidez y su carisma lo llevaron a robarle balones a los más granados del juego. Imaginen cuantos kilómetros recorrió persiguiendo a sus rivales durante 23 años. Un defensa silencioso que siempre mantuvo un altísimo nivel. Que supo soportar el dolor físico. Poseedor del don de la intuición. Una especie de imán pelotero, porque el balón parecía siempre llegar a él.
Alguna vez, el periodista español Santiago Segurola dijo que no hay un número en el mundo que explique su capacidad de mando, la perfección de su movimientos y la gravedad de su presencia entre los adversarios. Pero ese seis en los dorsales sigue inspirando en San Siro. Es el eterno homenaje a un central puro y duro. Marcador de hombres y de zonas. Artista de la retaguardia. Un extinto líbero que participó en 719 partidos vistiendo en rojo y negro.
Las manos de Baresi casi siempre iban acompañadas con la empuñadura de algún trofeo. Con su equipo ganó seis escudetos, cuatro Supercopas de Italia, tres Champions League, dos Copas Intercontinentales y tres Supercopas de Europa. 
Tres mundiales le enorgullecieron pero también le llenaron de lágrimas el rostro a este guerrero incansable, honesto y leal.
Dicen que la historia se escribe sobre los hombros de los gigantes. Entonces, Baresi es uno de estos y sobre su espalda se sostiene el presente y el futuro del juego. 

Mia

Lo que Michael Jordan hizo con las manos en las duelas de los Estados Unidos, ella lo hizo con los pies, sobre la tersa hierba. La nación de los héroes tiene una heroína que siempre matiza su grandeza ante la premisa básica del futbol, porque éste no es un deporte individualista. Ella dice que el heroísmo de un individuo no puede nunca ensombrecer el orgullo del conjunto. Y asegura que un jugador debe vivir y morir con su equipo.
El futbol mundial se enamoró de Mia Hamm cuando ella y sus compañeras mostraron, en estado puro, el espíritu de un juego que sintetiza todos los hábitos de la humanidad. En un deporte tradicionalmente masculino, se lanzó por la parcela y profanó la meta, celebrando con coraje y orgullo. El propio Rey Pelé dijo en alguna ocasión que estaba agradecido por nunca haberla tenido como rival.
Lio Messi es tres centímetros más alto que ella. Mia nació con los pies torcidos, como el gran Garrincha. La ortopedia y el deporte corrigieron el detalle. Su hermano Garret fue su gran inspiración y cuando él murió, el futbol selló un pacto perpetuo para honrarlo siempre.
A los doce años aprendió a jugarlo, a los 14 descubrió a Maradona, a los quince debutó y a los 19 fue campeona del mundo.
Anotó 158 goles con su selección. Fue medallista olímpica. Y lo que ella y su equipo hicieron, se refleja en que en los Estados Unidos tenga el mayor número de futbolistas mujeres en el mundo.
Mia Hamm hizo lo que tenía que hacer en el campo de juego. Nunca se propuso nada más allá de lo que las 17 reglas le permitían, sin embargo, cada jugada, cada gol, cargaron una causa y una bandera. Principalmente la de la no discriminación, la de la igualdad, y la del respeto.
Entre los  mejores 125 futbolistas de la historia, según la FIFA, sólo hay dos mujeres, una de ellas es Mia, quien, a pesar de no seguir jugando activamente, se ha convertido en la embajadora por excelencia del futbol femenil.
Recordemos que cada que esta mujer celebra, deja su propio listón más alto para volverlo a alcanzar. Por eso tiene el mundo a sus pies.




Orgullo africano

Un futbolista que debuta en un equipo llamado Jóvenes Sobrevivientes está destinado a cargar por siempre el ancla de sus orgullosos orígenes. En medio de una ciudad sitiada por la crueldad y la tragedia de una guerra intestina, un joven se abrió camino con el balón a sus pies, impulsado por su entrañable abuela, y consiguió lo que ningún otro había logrado en las ancestrales tribus del África. Ese balón que le trazó el rumbo se convertiría en oro y desde entonces, uno de los más grandes sabios del mundo, Nelson Mandela, lo consideró el orgullo del continente donde comenzó la historia de la humanidad.
George Weah emprendió su propio éxodo desde que atravesaba Monrovia, capital de su natal Liberia, para irse a entrenar. Después pasó por Camerún y llegó hasta el principado de Mónaco, donde conoció a su padre futbolístico: Arsene Wenger. En Paris ya lo estaban esperando para jugar en el Parque de los Príncipes. Pero fue en San Siro donde tuvo su epifanía.
Perseveró, llevó una vida decente, jugó con deportividad. Aprendió las costumbres europeas pero preservó sus orígenes africanos con un gran respeto. Pudo hacer su futbol, completamente a su manera. Desquició a cuantos defensores se le pusieron enfrente. Mostró su magia y se convirtió en el rey de su propio reino.
En 1995 ganó el Balón de Oro y la FIFA lo reconoció como el mejor futbolista del mundo. Fue Weah quien cambió la percepción del futbolista africano para siempre.
Mientras tanto en Liberia la sangre, su sangre seguía corriendo, en el absurdo pleito del poder. Sus palabras tenían oídos atentos en su tierra. De amigos y enemigos. África ya llevaba el futbol en el corazón y ante tal emisario, la responsabilidad de sus actos era absoluta.
Pisó la tierra madre del futbol, en Londres y Manchester, para completar su viaje, y luego tomó puerto en Marsella para viajar rumbo al oriente y manifestar sus dones ante los pueblos árabes.
Volvió a su país cuando la democracia se lo permitió, aunque nunca dejó de ver por los suyos. Quiso ser presidente y en una cerrada elección los votos no le favorecieron. Estudió criminología para entender su contexto. Antes que al futbolista, quiere que se le recuerdo como el gran hombre que es. Y si alguna vez fue el mejor sobre la hierba, nunca se instaló por encima de nadie.

Furia

La fuerza y energía con que se conquistan los retos personales se traducen en la furia. Con furia quedaron marcados cada uno de los instantes de este futbolista insignia del americanismo.
Capitán de una ideología futbolística que en plena comunión con la tribuna terminó por crear una era. Amalgama perfecta entre los viejos tiempos y las intimidantes ambiciones del poderoso equipo que en su heráldica se apoderó de la silueta de un continente y adoptó al águila como insignia guerrera.
Así se plantaba en el campo y metía la pierna Alfredo Tena, el Capitán Furia. Prototipo del central poderoso y visionario. Leal de principio a fin. Duro, con clase y sin miramientos.
Fue seis veces campeón de liga con su escuadra y derrotó en apasionadas finales de campeonato a sus más acérrimos rivales. Basta con recordar aquel día en que se sumó al ataque y anotó el gol de su vida.
Ganó dos veces la Interamericana, fue mundialista en el 78 y tuvo la oportunidad de jugar más de 600 partidos de liga. Cuando se retiró, trasladó su furia al complejo arte de la estrategia y logró levantar dos veces el trofeo de campeón, al dirigir al Santos y a Pachuca.
Aquel que ose convertirse en defensa central y logre tan sólo el uno por ciento de la furia que tuvo el capitán Tena, seguro tendrá una oportunidad de trascender. Así de grande fue como futbolista el que portó el número cuatro en los dorsales.