Si es Bayer ¿es bueno?

Cada vez que compres una Aspirina, o estés crudo y te tomes un Alka-Seltzer, o se te inflame algo (no todo) y le metas al Flanax, o te prepares un burbujeante Redoxón para evitar las gripas, o le pongas Merthiolate al dedo que te cortaste cuando rebanabas la verdura para la botana, o le pegues un llegue al Axol para la tos, o tu chava tome Yasmine para no engendrar chamacos no deseados o ya de plano le pidas al boticario un Levitra para levantar tú ánimo, decaído por una innombrable disfunción, celebra y recuerda, siempre, que si es Bayer es bueno, o por lo menos, de lo que te gastes, una minúscula parte va a ir a parar al sueldo del principito Andrés Guardado, quien, buscando una ruta alternativa para llegar a Brasil, ha decido irse a  Alemania, para jugar con el Bayer 04 Leverkusen.

México es el décimo país en importancia para la empresa Bayer, propietaria del club de futbol que acaba de fichar al futbolista mexicano y a partir de ahora, Andrés engrosa la nómina que gira alrededor de los 111 mil empleados distribuidos en todo el mundo, de los cuales, unos 3 mil (+1) son paisanos nuestros.

¿Qué hará el principito para llenarle el ojo al profe Piojo? Por lo pronto, esperemos que no vaya a la botica para consumir algunos de los célebres productos de la compañía para la que hoy trabaja y su elegante estilo de juego le haga merecedor de un lugar en la selección. ¿Y si de plano no lo llaman? Pues, entonces, que le mande al entrenador en cuestión, una dotación de Asuntol, de Bolfo, de Neguvón o de cualquiera de los productos Bayer que eliminan los piojos con facilidad.

El tercer arquero del 86

El célebre tercer arquero de la selección mexicana del mundial de 1986 fue un hombre nacido en plena selva cañera de Zacatepec (Morelos) y en esa copa del mundo, esta tierra exótica estuvo representada por dos de sus hijos, ambos guardametas de primera línea. Si Pablo Larios fue el gran protagonista de aquella selección de Bora, Ignacio Rodríguez Bahena (12 de julio de 1956) también tuvo su lugar en la historia. En tiempos de la revolución bien hubiera pasado como uno de los lugartenientes de Emiliano Zapata. El sol lo crió en ese lugar donde el astro rey se deja caer a plomo y curte las pieles de los lugareños que son bravos por naturaleza y futboleros a muerte.

Don Isaac Wolfson (q.e.p.d), en su libro “Los porteros del futbol mexicano”, nos platica que Nacho se dio a conocer en un torneo relámpago llamado “de nuevos valores”, celebrado entre los meses de julio y agosto de 1978. Cada equipo participante debía alinear a cinco novatos en cada juego. Los Leones Negros ganaron la competencia pero lo relevante de este certamen fue la presentación “en sociedad” de dos grandes arqueros mexicanos: Olaf Heredia y Nacho Rodríguez.

Una leyenda viviente, un hombre que sabía todo sobre el arte de hacer los goles le dio toda la confianza para enfrentar al mundo bajo el marco de los cañeros del Zacatepec. Horacio Casarín fue el entrenador que lo puso a jugar y es un hecho que nunca olvidará aquella tarde de septiembre, cuando se estrenó jugando contra Tigres, con el mismo sol que lo crió, como testigo de honor. Ganaron cuatro a uno, y ese uno, su bautizo de cuero, corrió a cargo del peruano Gerónimo Barbadillo.

El joven morelense jugó todos los minutos de los 38 partidos de aquella temporada 1978-1979. Sólo dos cancerberos lo habían logrado: él y Miguel Marín (Cruz Azul). Como apunte que ilustra muy bien el contexto, en ese torneo llegaron a México dos porteros argentinos: Ricardo La Volpe, para el Atlante; y Héctor Miguel Zelada, para el América. Rodríguez mantuvo su meta bien custodiada en su primera temporada. Recibió un promedio de 1.16 goles por partido y detuvo un tiro penal.

La siguiente temporada mantuvo sólido su puesto. Sin embargo, el otro hijo del sol, Pablo Larios, venía empujando fuerte. En 1981 decidió enrolarse con el Morelia y en ese tiempo tuvo una racha de cinco partidos sin recibir gol y fue llamado a la selección nacional por Raúl Cárdenas, para observarlo. Para su fortuna, él no tuvo participación en el fracaso tricolor del premundial disputado en Honduras.

Con los Canarios duró una sola temporada y se fue al Atlante, en donde alternó con Rubí Valencia, con Pedro Soto y con Mateo Bravo. Ahí tuvo sus mejores momentos, con un par de rachas de imbatibilidad que duraron cuatro jornadas y un título de campeón de la Concacaf. Su estilo conservador, su constancia, su seriedad y su profesionalismo le otorgaron un lugar en la selección mexicana que disputó el mundial de 1986. Bora lo consideró como tercer portero y fue solidario con Larios y Olaf.

En 1989 se anuncia la llegada de Zelada al Atlante y Nacho toma sus cosas y parte para jugar con los Tigres. Con la llegada de Comizzo al conjunto de San Nicolás de los Garza, lo hacen un lado  pero se mantiene en la institución hasta la temporada de su retiro, la 1993-1994.


Nacho Rodríguez, el tercer portero de la selección mexicana mundialista en 1986, jugó 380 partidos y recibió 483 goles (1.27 tantos por partido, en promedio). Se retiró el 4 de septiembre de 1993, en un duelo Tigres-Correcaminos. Muchos años más tarde, este hijo consentido del sol, viviría grandes momentos como entrenador de los Correcaminos en la liga de ascenso, en donde mantiene sus credenciales y también ese gran mostacho.

El muchacho chicho de la película gacha

Con esa voz, bien pudo haber doblado a Don Corleone al español-colombiano. Rapado rigurosamente, aunque nunca al ras debido a su naturaleza, porque calvo no era. Muy serio. Corto de estatura pero con un físico macizo. Llegó en un Audi TT que contrastaba notoriamente con el vochito de Julio Aguilar, jugador emblema, en ese entonces, del Puebla de la familia Bernat. Un semidios del futbol sudamericano había sido firmado por un modesto equipo de una de las ciudades más particulares de México.

Mauricio Serna (Medellín, Colombia, 22 de enero de 1968) llegó a México en agosto de 2002. Le decían Chicho, que en dialecto paisa colombiano significa embejucado, emberriondado, berraco, ofuscado, enojado, bravo, arrecho, rabioso, de mal humor, emputado. De entrada su apodo, al igual que su automóvil, también contrastó con el significado de chicho en México, en donde este caló se utiliza para referirse a alguien bueno, chido, suave. Parafraseando al poblano Alex Lora, la gente esperaba al “muchacho chicho de la película gacha”.

Se trataba de un consagrado xeneize que había sido caballero en la corte del Virrey Bianchi. Multicampeón de liga, campeón continental con Boca (como dicen en el cono sur a los ganadores de la Libertadores), mundialista, con gran jerarquía, considerado, alguna vez, el mejor medio de contención del continente americano, pero con la rodilla hecha polvo y con una afición poblana a la que le tenían sin cuidado las cartas credenciales del personaje, al que le tocaría alternar con un verdadero rockstar del panbol local: Jorge Campos. Estamos hablando del año 2002. Gustavo Vargas, en su debut y despedida como técnico de primera división, arrancó aquel torneo de apertura y le habían traído al Chicho y al Brody, junto al argentino Roberto Trotta y al mexicano Camilo Romero para encarar el siempre disputadísimo torneo alterno del submundo de la primera división: el descenso.

Un semidios, como le hemos etiquetado, pasó de la gloria a la tragedia en un viaje que emula a los verdaderos clásicos griegos. Una odisea dirían los refinados. Una película gacha diríamos con menos reverencia. Dos o tres desplantes finos del colombiano. Dos o tres entrevistas le dio a los medios porque cuando el asunto se tornó severo, hizo mutis y dejamos de escuchar esa voz padrinesca tan peculiar. A Vargas lo corrieron y contrataron a Víctor Manuel Vucetich. El rey Midas le puso el gafete de capitán y el Chicho seguía muy chicho, en referencia al último significado de la jerga colombiana. Despidieron a Vuce y por enésima ocasión los Bernat pusieron a Hugo Fernández. La película gacha ya era un thriller.

Serna acabó siendo separado del plantel. El técnico lo señaló directamente a él y a Trotta, como los cabecillas de un complot. Fue cuando se volvió a escuchar esa voz y le dijo en broma a los periodistas: "vayan consiguiéndome un equipo en Colombia… Yo creo que estoy valiendo tres o cuatro millones de dólares, nada más". Y así, puesto transferible en el mercado del piernas de aquel 2003 junto a otros 150 futbolistas, el héroe volvió a su hogar con los recuerdos de un año futbolístico borrados de su memoria.

La mejor cabeza después de Churchill

“Un delantero centro no podía regatear en el área porque lo mataban”
Telmo Zarra (20 de enero de 1921 – 23 de febrero de 2006, País Vasco)

Contemplen la imagen y aunque no nos haya tocado verle, de inmediato nuestra mente reconstruirá por impulso lo que este visceral rematador hacía dentro del área. Eso pasa cuando vemos el molde original de lo que hoy es cotidiano. Telmo Zarra evitó ser linchado regateando en el área y se convirtió en un poderoso y letal rematador de balones. Puso los acentos en el juego de conjunto que triunfa cuando las cuerdas abrazan las bolas de cuero, tras un sinnúmero de intentos fallidos. Sus remates con la testa le hicieron merecedor de una precisa descripción de un primitivo marketing cuando un cartel invitaba a la afición a verle jugar diciendo: “Admiren la mejor cabeza de Europa después de Churchill”.Goleador empedernido, vasco, mitológico, referente. El máximo goleador de la liga en España. Poseedor de seis Pichichis. Cuando colgó sus botas se dedicó a venderle otras a las nuevas generaciones que jugarían al futbol en Bilbao. Cuando murió, el 23 de febrero de 2006, llovió toda la tarde. El cielo le recibió llorando.

El Mastodonte del Gol

Mide un metro con 82 centímetros. Es delantero. Le dicen el Mastodonte del Gol. Juega con el Atlante. El próximo 15 de febrero cumplirá 23 años y es de Apatzingán, Michoacán. Sí, esa zona de guerra que advierte sobre los escenarios que podría vivir este país sumido en un absurdo e indolente caos. Se llama Ángel Baltazar Sepúlveda Sánchez y su historia va de la mano con este México Narco que nos duele a todos. Sin embargo su caso podría ser una de esas esperanzas que encontramos cuando la pelota rueda.

Apatzingán de la Constitución es una ciudad de cien mil habitantes y es la más grande de la región de Tierra Caliente. Hace doscientos años se firmó ahí la primera constitución del México libre, con la venia del general Morelos. Hoy es territorio de los Caballeros Templarios y de las Autodefensas Michoacanas. Sus campos fértiles producen, sobretodo, grandes cantidades de limón. Su clima permite las condiciones ideales para la instalación de parques acuáticos y balnearios. Lugar de costumbres y tradiciones muy michoacanas y muy mexicanas, positivas y negativas, entre ellas la de migrar a los Estados Unidos. En esta ciudad han crecido niños abandonados por su padres que quedan bajo el cuidado de los abuelos o de los tíos, si hay fortuna. Esta desintegración provoca severos conflictos sociales. Hay prostitución y pornografía infantil, menores infractores, homicidios, secuestros, violencia y consumo y venta de drogas. En medio de tan dantesco escenario, los jóvenes que deciden quedarse tienen muy claro que si desean y pueden ser profesionistas deben salir a ciudades donde puedan cursar la educación superior, migrar al otro lado como sus antecesores, o bien aprender un oficio para subsistir, sea lícito y, desgraciadamente, también ilícito.

Para afrontar su propio destino, Ángel tomó un camino también lleno de intrigas, abusos, corrupción, delincuencia e injusticias: el futbol profesional. En materia futbolística, la tercera división es el máximo nivel al que tiene acceso el representativo local, conocido como los Limoneros de Apatzingán, y que  hace unos años firmó un convenio con Monarcas Morelia para ser su filial. Pero esta no fue la ruta del joven Sepúlveda. Nueva Italia es una ciudad vecina. Célebre por sus Templarios. Ahí también había un equipo. Jugaba en segunda división y ofrecía mejores condiciones que el de la ciudad más grande de Tierra Caliente. Se llamaban los Mapaches y ellos fueron los que ficharon al Mastodonte del Gol.
Ángel Sepúlveda fue el delantero de los Mapaches hasta aquella tarde del 8 de octubre de 2008, cuando visitaron al América en Coapa y les cayó la desgracia. La policía capturó a un distinguido miembro de La Familia Michoacana y que a su vez era el dueño del equipo: Wenceslao Álvarez, El Wenchis.

Para fortuna de Ángel, su pelota no se manchó y se enroló con una filial de Monarcas Morelia, la de Zacapu, y tuvo la fortuna de debutar con el primer equipo el sábado 18 de septiembre de 2010 en Cancún, precisamente contra el que ahora es su equipo, Atlante. Pasó cinco temporadas con el cuadro Michoacano. Apenas tuvo 25 partidos jugados con el equipo de su tierra. El Mastodonte sólo pudo marcar cuatro goles y terminó relegado a la filial de ciudad Nezahualcóyotl.

El año pasado parecía que todo estaba por terminar para el buen Ángel. Pero tomó el último barco. Migró lejos, y en condiciones precarias se enroló con el Atlante. En ese Apertura 2013 tuvo acción en quince de los 17 partidos y anotó otros cuatro goles en la primera división. En este Clausura 2014 ha sido tomado en cuenta en los dos primeros partidos. Lleva 69 minutos corriendo sobre la hierba y sigue soñando mientras en su tierra la guerra advierte que él pudo haber muerto o pudo haber matado a otros, si no fuera porque se fue detrás de la pelota. Por eso digo lo de la esperanza.

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