El muchacho chicho de la película gacha

Con esa voz, bien pudo haber doblado a Don Corleone al español-colombiano. Rapado rigurosamente, aunque nunca al ras debido a su naturaleza, porque calvo no era. Muy serio. Corto de estatura pero con un físico macizo. Llegó en un Audi TT que contrastaba notoriamente con el vochito de Julio Aguilar, jugador emblema, en ese entonces, del Puebla de la familia Bernat. Un semidios del futbol sudamericano había sido firmado por un modesto equipo de una de las ciudades más particulares de México.

Mauricio Serna (Medellín, Colombia, 22 de enero de 1968) llegó a México en agosto de 2002. Le decían Chicho, que en dialecto paisa colombiano significa embejucado, emberriondado, berraco, ofuscado, enojado, bravo, arrecho, rabioso, de mal humor, emputado. De entrada su apodo, al igual que su automóvil, también contrastó con el significado de chicho en México, en donde este caló se utiliza para referirse a alguien bueno, chido, suave. Parafraseando al poblano Alex Lora, la gente esperaba al “muchacho chicho de la película gacha”.

Se trataba de un consagrado xeneize que había sido caballero en la corte del Virrey Bianchi. Multicampeón de liga, campeón continental con Boca (como dicen en el cono sur a los ganadores de la Libertadores), mundialista, con gran jerarquía, considerado, alguna vez, el mejor medio de contención del continente americano, pero con la rodilla hecha polvo y con una afición poblana a la que le tenían sin cuidado las cartas credenciales del personaje, al que le tocaría alternar con un verdadero rockstar del panbol local: Jorge Campos. Estamos hablando del año 2002. Gustavo Vargas, en su debut y despedida como técnico de primera división, arrancó aquel torneo de apertura y le habían traído al Chicho y al Brody, junto al argentino Roberto Trotta y al mexicano Camilo Romero para encarar el siempre disputadísimo torneo alterno del submundo de la primera división: el descenso.

Un semidios, como le hemos etiquetado, pasó de la gloria a la tragedia en un viaje que emula a los verdaderos clásicos griegos. Una odisea dirían los refinados. Una película gacha diríamos con menos reverencia. Dos o tres desplantes finos del colombiano. Dos o tres entrevistas le dio a los medios porque cuando el asunto se tornó severo, hizo mutis y dejamos de escuchar esa voz padrinesca tan peculiar. A Vargas lo corrieron y contrataron a Víctor Manuel Vucetich. El rey Midas le puso el gafete de capitán y el Chicho seguía muy chicho, en referencia al último significado de la jerga colombiana. Despidieron a Vuce y por enésima ocasión los Bernat pusieron a Hugo Fernández. La película gacha ya era un thriller.

Serna acabó siendo separado del plantel. El técnico lo señaló directamente a él y a Trotta, como los cabecillas de un complot. Fue cuando se volvió a escuchar esa voz y le dijo en broma a los periodistas: "vayan consiguiéndome un equipo en Colombia… Yo creo que estoy valiendo tres o cuatro millones de dólares, nada más". Y así, puesto transferible en el mercado del piernas de aquel 2003 junto a otros 150 futbolistas, el héroe volvió a su hogar con los recuerdos de un año futbolístico borrados de su memoria.

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