El Autogol

Dedos deformes, poderosos pero mullidos. Manos enormes castigadas por la vertiginosa rotación y traslación de la esfera de cuero. Un error superlativo que dejó de serlo por respeto a la persona. Un gol anotado con la mano pero sin la asistencia de Dios y la trampa del mezquino. “No me pregunten” dijo el titán que antes de comentar quiso ver la repetición de la jugada que le arrebató los puntos de la victoria. Y cuando se cerró la puerta del vestuario, dicen, todos sufrieron un ataque de carcajadas por lo inverosímil del acontecimiento. Luego entró el sabio entrenador y muy mordaz volvió a mirar las manos del gigante que parecían calamares por la deformidad de sus dedos. “Fue por eso que no pudo controlar el balón”, dijo. Un balón blanco, de corte francés, con estrellas negras adornando los gajos redondos. En eso, un jovencito salió a defender a su portero. Su bigotillo se movía tembloroso mientras aseguraba que el balón iba para él, cuando de repente quedó marcado por el delantero de los otros. El poderoso brazo del cancerbero se amarró en seco y revirtió la dirección de la bola, para, culminar en ese autogol anotado con su propia mano. Lo cierto es que en cuanto tomaba la pelota en sus manos se convertía en el primer atacante del equipo. A mí tampoco me pregunten, que sigo viendo la repetición de aquel 23 de mayo de 1976.

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